10: Ataque en la feria

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Marina se sentó ante su tocador y con delicadeza pasó el cepillo por sus largos cabellos, considerando en sí recogérselos en una coleta alta o una trenza; se decidió por la coleta, pues la trenza requería más laboriosidad y ella prefería invertir su tiempo en el maquillaje. Esa noche se quería ver más radiante que nunca, pues él la había invitado a la feria que se había instalado en la costera. Naturalmente, pidió permiso a su madre de ir al evento en vez de asistirla en sus sesiones, a lo que su madre aceptó con la condición de que ella la cubriera la siguiente semana. La chica no gustaba de atender señoras hipócritas, que las ignoraban al pasar fingiendo no conocerlas, pero era el negocio familiar que aseguraba el pan en su mesa.

Al terminar de acicalarse, Marina tomó su bolso, se asomó a su ventana y vio que algunas mujeres ya estaban llegando. Casi siempre eran mujeres mayores, muchas de ellas señoras casadas que buscaban evitar la infidelidad de sus maridos. Las más jóvenes normalmente acudían en busca del amor, alguna lectura de cartas esperanzadora o mejor aún un amuleto para manifestar el romance; que el exnovio regresara, que ese hombre casado dejara a la esposa, que ese personaje de ficción anhelado abandonase las páginas del libro y se hiciese de carne y hueso. Si no era algo así, pedían algo más trivial como bajar de peso milagrosamente o la juventud eterna. También acudían hombres, naturalmente, pero sus petitorias iban más encaminadas a lo económico; atraer dinero a raudales y así darse el lujo de elegir a la mujer que se llevarían a la cama.

No obstante, los anteriores encargos eran juego de niños, pues los hombres y mujeres más vengativos solicitaban maldecir a quien los ofendió. Era aquí donde las brujas debían tener mucho cuidado; era preferible ofrecer discretamente otras alternativas que desgraciar a alguien que no lo mereciera.

Una ágil silueta que se movía en el ramaje llamaría su atención; Marina interrumpió sus cavilaciones y distinguió una gran iguana colorada, reptil bastante común en esa región sureña. La chica extendió su mano hacia el animal, que parecía verla con cierto entendimiento.

–Ven aquí, Gabo. ¿O quieres terminar en el plato de alguien?

La iguana se acercó obediente, hasta que la joven la tomó en brazos.

–Ya te dijo mi mamá que no te andes saliendo –la regañó, mientras le rascaba el cogote–. Te prometo que no volveré tan tarde, pero tienes que esperarme aquí. ¿Estamos?

De pronto, Marina alzó la vista y vio a su enamorado subir la cuesta.

–Muy bien, ya debo irme. ¡Adiós, papi! –se despidió, mientras depositaba al reptil sobre su cama.

No pudo despedirse bien de su madre, pues ésta se encontraba a mitad de sesión con una clienta en el comedor y necesitaban la privacidad requerida. Entonces salió de casa despreocupadamente, con la seguridad de que pronto volvería, y se reunió con su novio que la recibió con un beso.

Caía el ocaso cuando los felices novios arribaron a la costera, donde la feria los esperaba rebosante de luces multicolores, música ruidosa y el aroma de la comida que ahí se ofrecía. Fascinados, recorrieron los pasillos y subieron valientemente a los monstruosos juegos mecánicos, donde ella tuvo el pretexto ideal para abrazar a su amado. También probaron suerte en los desafíos; en el tiro al blanco, Julián ganó un tigre de peluche para su enamorada, que se lo agradeció con un enorme beso; en el lanzamiento de aros Marina no tendría la misma suerte, pero poco le importó ya que tenía un novio maravilloso y ese era su premio mayor.

La feria estaba tan saturada de gente, que ninguno notaría que alguien los seguía de cerca.

En cierto momento, los risueños enamorados tomaron asiento para descansar y comer sus banderillas recién preparadas. De pronto, los verdes ojos de Julián creyeron distinguir a un hombre que los observaba a la distancia, especialmente a ella; escondido a medias detrás de un puesto de gorditas, usaba una gorra y parecía joven, a juzgar también por su vestimenta. Cuando sus vidriosos ojos coincidieron con la quemante mirada de Julián, tuvo miedo y cobardemente desapareció entre las sombras.

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