Desde el segundo día en que su mejor incondicional ya no le enviaba noticias, don Abel se había inquietado mucho, pues si su mejor hombre había sucumbido...entonces ese misterioso enemigo era mucho, pero mucho más peligroso de lo que creía y que ir a su territorio sería una sentencia de muerte casi asegurada.
No obstante, también tenía la necesidad cada vez más fuerte de ir personalmente a buscar respuestas.
Abel no lo recordaba conscientemente, pero estaba teniendo una espeluznante pesadilla en la que una parvada de cuervos lo picoteaba ferozmente, arrancándole grandes trozos de carne. Sin embargo, en lugar de asustarse o intentar defenderse, el hombre no hacía nada más que observar en lo alto de una lejana cumbre a dos hermosas mujeres que lo observaban con desprecio. Él trataba de levantarse y llegar hasta ellas, pero para entonces esos cuervos con caras humanas ya habían causado que sus vísceras se salieran, retorciéndose como grotescas serpientes huyendo del nido, mientras le escupían veneno en el rostro.
Una de las mujeres profirió un alarido estridente, y en el cielo escarlata apareció una radiante estrella, la más hermosa de todas, mientras los cuervos tranquilamente se retiraban, llevándose sus buenas raciones de la carne del infortunado hombre, que arruinado se revolcaba en la tierra. Entonces la segunda mujer emitió un chillido aún más espantoso y aquella enorme estrella se apagó, convirtiéndose en una roca gigante sin belleza alguna, que rápidamente lo aplastaba cual insignificante insecto.
Al despertar, lo único que Abel sentía era la necesidad urgente de volar hacia el sur.
Cuando finalmente se decidió a irse, se lo informó a su amante La Chuparrosa, no sin antes oficializar la pedida de su mano y hacerle entrega de un ostentoso anillo de compromiso, cuajado de diamantes a más no poder y con una preciosa esmeralda en el centro, la cual llenó los ojos de su afortunada destinataria.
-Así que en lo que voy y vengo, tú te ocupas en ver lo de nuestra boda, mi Elsy.
Elsy asintió, mientras embelesada se probaba su nuevo anillo en el anular izquierdo.
-Como tú digas, mi vida. ¿Puedo comprarme un vestido blanco, como de novia?
-¡Y llenarte de azahares, mi reina! -exclamó él gozoso, metiéndole mano en la entrepierna-. ¡Esto va a ser bendito, porque de aquí saldrá mi siguiente chamaco!
La dichosa pareja cayó a la cama, sabiéndose dueños de su mundo.
Tras recibir el ardoroso agradecimiento de su querida, el señor Rianchos abandonó el palacete en una de sus ostentosas trocas, esta vez conducida por su nueva mano derecha: el Pollino.
-¿Pa' ónde, mi patrón? -preguntaba el hombre solícito, poniendo en marcha el vehículo.
-Jálate pa' la Torre, voy por unos asuntos. Mientras que preparen la avioneta grande, pa' ir a ver qué pedo con el Todojunto y el cabrón que me la debe. Júntate a unos diez cabrones, bien armados, porque vamos a echar mucha bala... ¡Ah! Y ve que tengamos en qué movernos en aquel pinche pueblo.
-Como uste' ordene, mi jefazo del alma.
El Pollino era un muchacho sagaz y un asesino despiadado, que tenía ya varios años al servicio de los Rianchos, siendo exageradamente servicial al punto de humillarse a sí mismo si se lo ordenaban. Por eso, don Abel le tenía bastante confianza, aunque nunca tanta como al Todojunto, a quien tenía bajo su mando desde antes de ser el señor de la región. No obstante, al afrontar la posible realidad de su deceso, sí o sí necesitaba a alguien que hiciera el intento por llenar sus zapatos.
Una vez que llegaron a la Torre Cristal, y tras asegurar el perímetro, el jefe sin tardanza descendió del vehículo y se dirigió al vestíbulo. Ahí, la bonita recepcionista en turno, morocha y de ojos grises, interrumpió todo lo que hacía, se puso de pie y saludó como era su obligación:
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De Norte a Sur
RandomJulián ha asesinado al único hijo del mafioso de su cuidad, por lo que recorrerá el país entero ocultando su identidad. Es entonces que va al sur y llega a La Mira, un pueblo costero de calor infernal. Ahí conoce a Marina, una joven que junto a su...