31: Pronta resignación

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La sorpresiva muerte de Gabriel pospuso indefinidamente el viaje planeado, mientras Marina y en especial su madre asimilaban la pérdida. La ahora viuda Alina sería quien provocaría más preocupaciones, ya que tendría que afrontar que su esposo nunca la había amado, que prefirió suicidarse en vez de trabajar en su matrimonio. Tan duro sería este golpe, que llegaría al grado de permanecer catatónica en su habitación; los siguientes días se la pasaría mirando al vacío, y en las noches su hija tendría que darle brebajes para que pudiese dormir.

Debido a esto, Marina se encargó de atender las consultas que todavía acudían a su puerta, pues no se podía descuidar el negocio. Por su parte, Julián volvió a trabajar en la embarcación de don Sam, motivado por dos razones: la primera obviamente por economía, y la segunda porque sabía que todo lo que el mar engullía sería devuelto a tierra eventualmente, incluyendo el cuerpo del señor Mondragón.

Así transcurrieron cerca de cuatro semanas, hasta que finalmente entre los pescadores rondó la nueva de que, en la playa de Puerto Marqués, una ciudad vecina, se había encontrado el cadáver de un ignoto varón, delgado y de aproximadamente cuarenta años. Julián entonces regresó al risco para hacérselo saber a Marina.

La chica asintió ante esta noticia, y poniéndose de pie respondió:

–Puerto Marqués queda a media hora de aquí, más vale irnos ahora.

Ni siquiera había terminado de hablar, cuando repentinamente Alina bajó las escaleras. Entonces los chicos vieron que ella ya estaba lista para salir, acicalada y con su bolso al hombro.

–Definitivamente es Gabriel. Iré por él.

Marina se acercó y le tomó las manos.

–Iremos contigo, mamá. Iremos todos.

Alina asintió rígidamente con la cabeza.

Tuvieron que tomar un autobús para llegar hasta Puerto Marqués, donde madre e hija reconocerían el cadáver de Gabriel, que finalmente había regresado. Así pues, Julián se hizo cargo de los trámites necesarios para el traslado del cuerpo a La Mira, los cuales se efectuarían sin ningún problema.

Sin un delito que perseguir, las autoridades procedieron a la entrega del cuerpo, que sería trasladado a su ciudad de origen en una carroza fúnebre, seguida de un taxi en la que iban sus resignados familiares.

Mientras esperaban todos pacientemente el final de su viaje, Julián leyó los resultados de la necropsia de ley; entonces hubo algo que llamó su atención, tanto que comentó a las mujeres:

–Qué extraño. Aquí concluyen que el hombre murió ahogado...

Alina y Marina lo miraron pasmadas.

–¡¿Qué?! –inquirieron al unísono.

–Sí, aquí hacen mención del traumatismo múltiple, pero también hallaron agua en sus pulmones y el forense determinó que murió ahogado –informó él, mientras les mostraba los documentos.

La señora le arrebató los papeles a su yerno y ansiosamente los leyó; al cabo de un rato, se cubrió los labios para disimular una temblorosa sonrisita. Entonces se echó a reír, tanto que incluso el conductor la miró de reojo, hasta que más calmada extravió su mirar nuevamente radiante en la ventanilla.

No se mencionó más del tema durante el resto del viaje, incluso después de volver a casa.

Alina tenía un mejor humor, sin duda alguna, por lo que no tuvo inconvenientes al conciliar el sueño. Marina entonces guardó el somnífero que había preparado, y aún meditabunda salió a pasear con Julián.

En aquel paseo nocturno, por primera vez desde la tragedia la chica tendría el valor para plantarse al borde del risco y observar el precipicio, mientras su novio la seguía de cerca ligeramente inquieto.

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