30: Lo que el mar se llevó

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A la mañana siguiente de que aquellos hombres norteños abandonaron La Mira, los lugareños vieron como la bruja menor bajaba a comprar los alcatraces que necesitaba para completar su conjuro. Al llegar al mercado, se mostró un poco escrupulosa al escoger los que se llevaría, pero finalmente acertó en su elección y compró los más frescos, cuya blancura era tan intensa como la mismísima luna.

Contrario a su habitual imagen de chica reservada, en ésta ocasión se le veía dichosa.

-Mírala, qué feliz va -murmuraba la gente-. Sólo Dios sabe qué maldades está planeando...

La joven Marina no ignoraba estas habladurías, pero ya no le afectaban.

Ascendió hacia la cima del risco y regresó a casa. Al entrar a la sala, colgó su bolso y dejó el ramo de alcatraces sobre la mesa, en donde ya la esperaba su iguana verde que inquieta se le acercó.

Marina lo abrazó con ternura, mientras se lo llevaba afuera.

-No seas impaciente, corazón, todavía falta para la puesta de sol. Vente, jugaremos en los cocoteros, subirás donde nacen las palapas y harás caer un par de cocos -reía-. ¡Solamente que no me den en la cabeza!

Durante el transcurso del día, Alina se limitaba a contemplar maravillada a su hija, pues no recordaba otra época en que la viera más feliz. Incluso tuvo que retirarse un momento a su dormitorio, para limpiarse las lágrimas que brotaron de sus ojos; ni siquiera en sus años mozos, había experimentado esa alegría de sentirse correspondida por el ser amado. A pesar de su inmenso poder, a pesar de tantos amantes o el haber convertido en padre al hombre con el que planeaba envejecer, nada había sido suficiente.

Se compuso un poco, con el consuelo de que su hija sí había logrado lo que ella no. Desde su ventana la observó jugar con su amado, y pronto se daría cuenta de que no era la única que disfrutaba del espectáculo; un garrobo colorado se escondía entre el ramaje, con la mirada siempre puesta en su sonriente hija.

-¿Tienes miedo, Gabriel, de que no funcione su ritual? -preguntó Alina-. Puedes estar tranquilo, ella no se equivocó. Eventualmente se casarán y tendrán mellizos: niño y niña, ambos tendrán los ojos de su padre y ostentarán el poder de su madre. Tu nieta será colorada como yo, y tu nieto llevará tu nombre... -suspiró-. Si tan sólo así de hermosa hubiera sido nuestra historia, o si te hubieras largado con alguna de tus amantes y nunca me hubieras pedido ayuda esa noche, entonces ambos seríamos libres...

El formidable reptil se quedó inmóvil unos minutos, para luego irse corriendo.

Horas después Marina se apuraba en el sótano, acomodando todo lo que necesitaba para su ritual. Su madre, mientras tanto, se asomaba a la ventana que daba al mar, hacia donde el sol se disponía a descender.

Alina miró a su hija, que en ese momento regresaba desde las profundidades del sótano.

-Es hora, hija mía -se le acercó y la tomó por los hombros-. Él va a tener sus dudas por el miedo que lo invade, y lo más seguro es que te exija respuestas. Pero si el hechizo funciona, sé que lograrán superarlo.

Marina miró a su madre un poco nerviosa y, tras asentir con un leve movimiento de cabeza, tomó a la verde iguana entre sus brazos y se dirigió con él escaleras abajo.

Alina cerró la puertecilla del sótano y salió a seguir admirando la puesta de sol.

Cuando los últimos rayos solares se extinguieron en el horizonte, de entre las fisuras de la puertecilla se colaron bellos resplandores rosados.

De Norte a SurDonde viven las historias. Descúbrelo ahora