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Septiembre semana 3 - jueves

Una broma de mal gusto era poco, una pesadilla tal vez se acercaba a la sensación que le causaba rememorar aquel momento tan insufrible con aquel chico albino. 

El techo oscuro de su habitación alquilada lo dejaba inmerso sobre ese pensamiento, más de diez veces en menos de un minuto el nombre de Geno pasaba por sobre su cabeza, pero lo único que provocaba esto era un suspiro agobiado y cansado, ya no sabía qué hacer con él. Geno no era normal, si su aspecto fantasmal no le había inspirado confianza, sus acciones hablaban peor de él, aun así, no podía sentir odio, era difícil cuando recordaba cada facción cuando le rechazó las dos veces.

Confusión. 

Y si no fuese poco, la anterior vez juraba que no solo había esa emoción en su faz, también hubo dejes de tristeza por sus cejas tensionándose.

¿Quién era Geno? ¿Por qué era tan hermoso?¿De verdad era un estudiante o estaba siendo acosado por un fantasma atractivo?

Se levantó de la cama negando con la cabeza, no podía ser algo sobrenatural, era ridículo algo así después de haber sentido su tacto y ver que tenía voz y de su cuerpo trasmitía calidez. Era difícil olvidar la sensación de su mano en su muslo, el cómo el calor que emitía su palma calentaba su pierna y más allá de eso.

El reflejo frente al espejo le hizo fruncir el ceño, no le gustaba ver la terrible fachada que portaba, ojos muertos, cabello poco cuidado y largo, su piel parecía el de un cadáver, mucho más muerto comparado con la piel adversa, la cual se enrojecía y mantenía colores rojizos en su nariz y pómulos. ¿Cómo era que Geno hiciese esas cosas con él? Era de todo menos atractivo, a nadie le hubiese atraído un muerto de hambre, un vagabundo como decía Sans.

¿Escapar? ¿Decirle a algún superior sobre comportamiento inadecuado? 

¿Ignorarlo? ¿Tratarlo mal?

¿Dejarse llevar...?

Era primera vez que alguien se interesaba en él, pero nunca creyó que sería de esa forma, tan impertinente, tan poco común... Era imposible olvidar su peso sobre él, sus labios sobre los propios o sus manos en sus mejillas presionando con mucha suavidad. 

— Ay, no.

Se quejó en voz alta al darse cuenta a dónde se estaban desviando sus pensamientos, giró la manilla para que el agua gélida cayera por el lavamanos y se lavó el rostro varias veces, refregando bien su piel para espabilar, tenía que trabajar, tenía que olvidar que estaba siendo cautivado por los pecados de una experiencia.

INCLEMENCIA | BLANCO Y NEGRO #3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora