Capítulo 18

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¿Qué tal si este mundo es el infierno de otro?

Siempre me pregunté lo mismo y siempre era la misma respuesta inconclusa: si este mundo es el infierno que me ha tocado, debí ser peor que una mierda en mi vida pasada.

Lo que me pasase a mí nunca tuvo relevancia, era algo que podía sufrir en silencio, gritar en el fondo de mi alma, sentir mi dolor, sufrirlo para luego sonreír ante los demás como si nada doliera y seguir así; sintiéndome rota a solas y ante los demás entera.
Sin embargo, cuando alguien quien me es querido sufre, no sé que hacer. Me paralizó, su agonía es mil veces mía y quiero aliviarla, pero no siempre hay tiempo.

Bajé de la camioneta oscura que mi amiga había mandado por nosotros, Nadir hizo lo mismo. Todo se detuvo cuando afuera de la casa de Brayan estaba una ambulancia de emergencia especializada de la agencia privada de mi papá. En el hospital donde él trabajaba contaban con un equipo especial que trataba urgencias de gente importante hasta su domicilio. Transportaban todo el equipo que un hospital podría tener hasta casi traer un quirófano portátil. Era lo mejor de lo mejor y solo los mejores recibían esa atención. Pero... ¿Qué hacen en casa del Brayan?

-¿Qué es todo este show? - Nadir a mi lado señala a los paramédicos y doctores que corren de un lado para otro. Uno de ellos lleva consigo un equipo de transfusión sanguínea y entra a la casa de mi amigo. Trato de contener las arcadas pero no puedo. Me agache tapándome la boca. Maldita sea, detente, detente.

-Lina, tranquila. Ven, mírame. Mírame - Nadir tomó mi rostro con firmeza y se hincó para verme al rostro. Me obligó a verlo fijamente, sus ojos ámbar que tanto me fascinan me transmitieron paz -. Todo va a estar bien, ¿Si? Yo estoy contigo.

Asentí y lentamente mi estómago se tranquilizó. Nos levantamos.

-Gracias... - le sonreí y tomé su mano para darle un fuerte apretón de agradecimiento -. Después de todo no eres solamente un maniático de la masturbación - bromee. Él se sonrojo de inmediato.

-Cállate, majareta - desvío la mirada completamente avergonzado. Qué tierno.

-¡No! ¡Mi hijo! ¡Tienes que hacer algo! - la madre de Brayan, la señora Durán, Zarandeaba energéticamente a mi padre Carlos agarrándolo por el cuello de su bata. Corrí a auxiliarlo. De un golpe seco en sus muñecas, la separé. Nadir tomó su tembloroso cuerpo y la abrazó mientras colapsaba en llanto.

-Lina, no deberías estar aquí - papá me reprimió con la mirada. Eso no es normal, él nunca me prohibía nada sin explicarme primero -. Vete a casa. Luego te explicaré. Obedece.

Me ordenó con autoridad y se metió a la casa con un equipo de reanimación y más máquinas que no conocía. Me voltee hacia la señora Durán, quién no dejaba de llorar en los brazos de Nadir. Su cabello rubio cenizo estaba despeinado y su rostro aún más hinchado por llorar tanto.

-Señora, ¿Qué está pasando? - pregunté suavemente y no recibí más que gemiteos como respuesta -. ¡Hablé! - grité, ella salió del shock momentáneamente para contestar vagamente.

-Mi niño... Sus venas... Había mucha sangre.

No.

Todo me dio vueltas, mis piernas perdieron fuerza y en el suelo vomité. Vomité toda la mierda que se acumulaba en mi pecho. Los sonidos a mi alrededor se oían huecos. ¿Cómo sucedió todo esto? Lo vi hace poco, estaba bien. No me contó nada, no me dijo nada nunca. No me di cuenta.

-¡l.lina! - Alondra y Tina corrieron a abrazarme. Gimotee a la vez que ellas. Las tres lloramos abrazadas y desconsoladas.

-No entiendo. No entiendo. ¿Qué pasó? - pregunté alejándome un poco, ellas se limpiaron las lágrimas y entre jadeos me explicaron.

Por Una JaladaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora