Capítulo 17

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La mente siempre recuerda lo malo, lo difícil, lo negativo, te hace caer a un abismo infernal. Los pensamientos no dejan de llegar, de repetirse, hace eco hasta cerrarte la garganta, hasta que las lágrimas caen. Los peores escenarios hacen presencia en medio del caos y cuando eso suceda... Recuérdale, dile tú a ella que tu fortaleza, tu pasión y metas son más grandes. Qué ella tiene parte de la razón pero no toda. Nada es absoluto en esta vida, ni la mente, así que recuérdale, tú eres más de lo que ella te dijo.

Sin embargo, ¿Qué hacer cuando lo único que puedes recordarle es sufrimiento?

—Toma.

Nadir me paso una lata de cerveza fría. La tomé y me envolví en la cobija. Él se sentó a mi lado en el sillón de modo que quedaron frente a frente. Echa bolita, sentí el calor se la chimenea. Su crepitar acompañaba el sonido de la lluvia afuera. Es agosto, la temporada de lluvias estaba en su apogeo y las gotas caían rítmicamente una tras otra.

En medio de la oscuridad mi nuevo amigo me miraba fijamente, en sus ojos ámbar el reflejo del fuego hacían parecer que ardían preciosamente.

Me había quitado la venda cuando me cambié y decidimos venir a la sala a terminar nuestra charla. Nadir estaba quieto, dándome tiempo para hablar, pero sinceramente llevábamos media hora aquí sentados sin decir nada.

Relamí mis labios. Tengo que hacer. Hablar.

—Como sabrás mis padres son adoptivos. Mi familia... No, mis progenitores ya están muertos — sorbí mi bebida y desvié la mirada.

—¿Los conociste? — preguntó suavemente. Asentí como repuesta.

—No recuerdos sus nombres, ni sus rostros. Sólo los visualizo como dos sombras horribles. Ambos eran adictos a los estupefacientes, muy adictos. Vivian en un lugar llamado la "trinchera", en el sur de la ciudad, allí coexitian los renegados. Los no comprendidos, como hacían llamarse. Me tuvieron allí, en medio de drogas y gente perdida en su mente, ellos eran jóvenes calculo que no pasaban de los veintes.

Dos jóvenes caminando en medio de basura y cargando a un niña aparecieron en mi mente. Negué rápidamente. No imagines lo que no recuerdas, Analina. No lo hagas, solo te torturas con escenarios imaginarios. Di otro trago a mi cerveza y suspiré.

—Realmente no recuerdo mucho, el director Peiton, mi psicólogo dice que es por estrés postraumático, lo que él no sabe es que recuerdo más de lo que desearía — confesé con amargura.

La imagen de una pareja inyectandose con jeringas de la basura y fumando en papel de baño sucio vinieron a mi mente. Una niña pequeña lloraba de hambre en un rincón y su débil cuerpo colapsaba ante la abstinencia.

—Lina... ¿A qué te refieres? — Nadir se acercó a mí y coloco su mano en mi hombro. Voltee a verlo y sonreí amargamente.

—Quita esa mirada. No tienes que compadecerte de mí, yo ya lo he hecho lo suficiente — gruñí y continúe —. Recuerdo sufrir mucho ante la abstinencia. Nací con el síndrome de abstinencia neonatal. A mí corta edad no podía vivir sin consumir sustancias opiáceas. Lloraba mucho, ellos me la daban para que no pidiera de comer y me callara.

Sonreí amargamente — No sé cómo pude sobrevivir en esas condiciones, simplemente debí morir.

—No digas eso, Lina. Eres importante... — trato de reconfortarme. Pero yo no estoy diciendo esto para que me consuele, es la verdad. La puta verdad.

—En resumen recuerdo vivir así hasta los cinco años, ya con un poco más de conciencia, pero analfabeta, sabía que si iba a pedir comida fuera de los restaurantes la gente me daba o me regalaba juguetes y ropa. Así que iba diario allí a pedir cosas. Un día una pareja se paró frente a mi, me llevaron a su casa y cuidaron de mí. Tomé un baño por primera vez, me alimentaron, me cuidaron, pero me sentía ansiosa. Quería droga y ellos no podían proporcionarmela. La necesitaba y sabía dónde conseguirla. La pareja que me recogió fueron mis padres actuales, pero fui esa vez de su casa. Llegué con mis padres quienes me dieron santa golpiza antes de darme lo que necesitaba.

Por Una JaladaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora