p r o l o g o

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La tormenta se estaba acercando y sabía que si me quedaba terminaría enferma.

Dos, tres, tal vez cuatro o más gotas, empaparon mis hombros. Alcé mi mano izquierda y sentí cómo se juntaba el agua en el centro de mi palma.

Levanté mi cabeza, y por cada gota que me caía cerraba los ojos.

De mis labios salío una risa rara, más bien como un chasquido, diría yo.

Me alejé de aquel muro pequeño, estire mis brazos y empecé a girar al compás de la lluvia, la cual ya me estaba empapando por completo.

—¿Qué haces? —Su voz ronca hizo que frenara mi locura y lo mirara seriamente.

—Estoy disfrutando de la lluvia. Deberías hacer lo mismo. —Solté y estiré mi mano para que la tomara y me acompañara en mi aventura.

Él miro mi mano como si fuera algo que nunca vió en su vida.

—¿Por qué haría eso? —Preguntó como si nada.

Me encogí de hombros y sonreí, tal vez él no me siga el juego pero no me lo voy a perder por un amargado.

—Si tú no lo quieres hacer, esta bien, yo sí lo haré. —Volví a lo mío y disfrute cada gota que caía sobre mí, sobre mis hombros, mi pelo, mi cara, mi todo.

—Que conste que lo hago porque quiero y no porque tú me lo pides.

Besos Lejanos [#2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora