Mi amor, mi gran locura

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23 de diciembre de 1985.

—¿Que paso mi amor?—Pregunté a penas la vi.

Lucía se dio la vuelta sin decir nada, sus ojos estaban enrojecidos de llorar y ojeras que acompañaban su maquillaje corrido, su vestido celeste tenía una enorme mancha de salsa también; sentí mi corazón latir más rápido y lo único que pude hacer fue acercarme a ella y envolverla en mis brazos, ella comenzó a llorar otra vez y le temblaba el cuerpo, no sabía si era por miedo o por la brisa medio fría de Buenos aires.

—No sé por qué, pero empezó a temblar de la nada y no sabíamos qué hacer—Me contaba aterrada—. Llamamos a emergencias y dijeron que fue una convulsión.

—¿Él cómo se encuentra ahora?—Pregunté mientras acariciaba sus mejillas.

—No duró más de tres minutos, le hicieron análisis de sangre y ahora estamos esperando que se despierte, su cuerpo necesita descansar—Dio un suspiro y lamió sus labios—. Gracias por venir.

—Siempre estaré para ti—Junte nuestras manos—. Te amo—Sonreí y sus ojos se llenaron de lágrimas nuevamente.

—También te amo—Se puso de puntitas de pie y dejo un beso rápido en mis labios.

—Lu—Joaquín había salido por la gran puerta del hospital—. Hola Ana, gracias por venir—Intento darme media sonrisa—. Lu, papá ya despertó.

—¿Puedo ir a verlo?—Preguntó.

—Claro, pero solo unos segundos, debemos ir a casa ya.

Lucía me miró y yo asentí con la cabeza dándole una leve sonrisa, ella sonrió levemente y dejó un beso en mis labios.

—Ya vuelvo.

—Aquí te espero—Acomode su maquillaje y ella sonrió, luego entro al hospital.

—Gracias por venir Ana, ella realmente te necesitaba—Se acercó más Joaquín—. Mi padre es su adoración, no sé que pasaría con ella... si él...—Joaquín se colgaba en sus oraciones, sabía que en parte se debía a que estaba mal dormido porque estaba en España y tuvo que viajar de madrugada, se lo notaba cansado—. Perdón, estoy como pelotudo todavía.

—Todo estará bien—Sonreí y apoye mi mano sobre la suya—. Eres un gran hijo.

—Gracias Ana—Sonrió levemente—. Gracias por estar.

Los dos nos abrazamos, pero el abrazo duró muy poco ya que Lucía salió del hospital junto con su madre María Engracia, era una mujer que se veía seria y muy conservadora o tal vez en este momento se encontraba así. Mis piernas querían temblar pero no lo permití Lucía me necesitaba fuerte ahora más que nunca. Fuerte y a su lado.

—Joaquín, los médicos dijeron que mañana por la mañana podríamos retirarlo—Su acento español se hacía notar—. Es hora de irnos a casa.

La mujer no pareció notar mi presencia y yo estaba agradecida por eso porque sabía que no podía decir palabras coherentes, debería hablar con Lucía primero, pero este no era el momento adecuado. Nos subimos al auto de Joaquín, Lucía se alejó de mí en el asiento trasero, su madre estaba sentada en el asiento del pasajero mientras sus ojos querían cerrarse, Joaquín, a su vez, manejaba atento en la carretera, y yo por mi parte, mordía mis uñas y movía la pierna de los nervios, ¿qué haría ahora? ¿A dónde iría? No sabía si tenía que irme o quedarme cuando llegaran a la casa.
Joaquín estacionó el auto frente una  casa, era grande, de un piso pero espaciosa, y con un hermoso jardín, el cielo estaba empezando a aclarar y podía ver los talismanes que adornaban la cerca, parecía un hogar hermoso.
Joaquín detuvo el auto frente a la casa y apagó el motor, Engracia se bajó del auto y se dirigió a la puerta, Viviana la recibió, quien la abrazó y se puso a hablar con ella, Joaquín permaneció inmóvil en el auto, arreglando unos papeles cuando miré a mi derecha, vi a Lucía con la cabeza apoyada en la ventanilla, su respiración era tranquila y sus ojos estaban suavemente cerrados.

Es el amor quien llegaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora