XXVIII

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"Viejas historias, viejas anécdotas, viejas memorias del pasado que se adhieren y funden como hierro en el corazón"

"Hay memorias que nunca se olvidan. Una de esas tantas, es la del recuerdo de un niño, un festejo, una voz y un dragón. Siempre oí sobre esas serpientes de tamaño exorbitante. Recuerdo bien que llegue a imaginarlas en varios sueños, volando por los cielos y protegiendo su oro y a sus crías mientras que yo solo los miraba a lo lejos con curiosidad y admiración.

La primera vez que llegue a ver uno, era solo una niña y mi madre y abuela aun vivían. Recuerdo bien que fue durante el festival de primavera."

.....

El sol comenzaba a salir detrás de las montañas que lograban esconderlo. La luz que emanaba de él logro encandilar a una pequeña Fideth que recientemente despertaba. Una pequeña niña que vestía con un abrigo de lana, unas mallas y unos calcetines de lana. Se incorporo en su cama y al despabilarse se coloco un par de botas de piel suaves.

Se puso de pie y se dirigió a la ventana que se encontraba ubicada en el centro de la habitación. Miro al exterior, observaba los rebaños de ovejas y vacas que los hombres sacaban a pastar, los establos con caballos que, al igual que ella, recién despertaban. Lo que llamo su atención en realidad, fue el brillo que desprendían las aguas que caían formando una cascada.

"¿Que habrá mas allá de esas montañas y de ese sol?"

Se preguntaba curiosa.

Un olor en particular la hizo salir de sus pensamientos. El olor de un pan recién horneado llego hasta las fosas nasales de la pequeña que, impaciente, salió de su habitación y bajo a toda prisa las escaleras hasta divisar a su abuela, Ainara, cubriendo con mermelada una rebanada de pan tostado.

- Buenos días nena, ¿Cómo amaneciste? - cuestiono alegre la mujer

- Muy bien abuela ¿Dónde está mamá? - busco con la mirada

- Salió al mercado a comprar algunas cosas. Ya volverá - respondió con una sonrisa

Fideth bajo la mirada un poco entristecida y miro por la ventana que había en la cocina. Ainara la miro apenada y era de esperarse, Fideth era una mestiza poco común entre un humano, elfo y enano y eso la convertía en un blanco perfecto, aunque ella seguía sin comprender el motivo.

- Nena, porque no mejor vas al jardín y juegas con tus peluches - sugirió la mujer

Fideth, aun con la misma actitud, asintió y salió de su casa dirigiéndose a la parte trasera de la casa. Ahí, alrededor de una cerca de madera, varias flores de distintos colores brotaban de la tierra y Fideth solo las veía mientras escuchaba el canto de los pájaros.

El rato pasaba y los minutos parecían horas para la pequeña quien, aburrida de jugar, comenzó a cantar.

Oh, ojo nublado bajo la montaña
Vigilando cuidadosamente el alma de mis hermanos
Y si el cielo se llena de fuego y humo
Velando aun por los hijos de Durin

Una vieja canción que su madre le había cantado ya varias veces. Ella solía contar que su padre la escucho hace ya algunos años en su reino de enanos, y eso era lo que Fideth adoraba de aquella canción.

Si esto ha de terminar en fuego
Entonces arderemos juntos
Mirando las llamas crecer por la noche
Llamando al padre, oh, prepárate y vamos
A ver las llamas arder en la ladera de la montaña

Puente Entre los MundosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora