Soñé la muerte, y era muy sencillo...

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Entraron lentamente, deteniéndose a cada momento para besarse y hacerse caricias cada vez más íntimas. Se sentaron en un cómodo sofá para amarse y sentirse a plenitud.

- Mi amor –suspiro Lapis-. No sabes qué pesadilla tan horrible tuve...

Steven silenció su boca con un beso largo y profundo. Cuando tuvo que separarse para respirar, le dijo solamente:

- Espera un momento, mi vida. Hay algo que quiero leerte.

Se dirigió a la estantería para tomar un libro grande. Lapis esperaba que regresara a donde estaba ella; pero en su lugar, comenzó a recitar con voz profunda y clara:

Soñé la muerte y era muy sencillo;
una hebra de seda me envolvía,
y a cada beso tuyo,
con una vuelta menos me ceñía
y cada beso tuyo
era un día;
y el tiempo que mediaba entre dos besos
una noche. La muerte era muy sencilla.
Y poco a poco fue desenvolviéndose
la hebra fatal. Ya no la retenía
sino por solo un cabo entre los dedos...
Cuando de pronto te pusiste fría
y ya no me besaste...
y solté el cabo, y se me fue la vida.


Lapis había cerrado los ojos y escuchó deleitada cada verso del poema.

- Es hermoso, mi vida. Pero, ¿qué...

Se interrumpió de pronto, sintiéndose inquieta. Algo no estaba bien. Steven seguía dándole la espalda, y el color de su cabello había cambiado del negro profundo al blanco.

- ¿Qué sucede, Lapis? Setenta años no pasan en vano, ¿verdad?

Steven se volteó de súbito, y Lapis apenas pudo contener un grito de horror. Se había encorvado y su rostro estaba surcado por profundas arrugas. Su boca desdentada se curvaba en una sonrisa burlona, y sus ojos eran dos pozos negros en los que brillaba una llama de fuego carmesí.

Aquella máscara de horror se acercó lentamente, sin perder su mueca burlona. Lapis sintió tanto miedo que se levantó del sillón a toda prisa. Pero la horrible aparición comenzó a perseguirla por la habitación.

- ¿Te gusta cómo me veo, preciosa? ¿Verdad que no?

- N-no... Steven... ¿Qué te pasó? –dijo ella, en un esfuerzo por conservar su cordura.

- ¿Y tú lo preguntas, maldita? ¡Me abandonaste! ¡Me dejaste en las garras de la perra de Connie Maheswaran! ¡Por eso tuve que envejecer y convertirme en esta maldita piltrafa!

Se abalanzó sobre ella y la sujetó por las muñecas con una fuerza brutal. El aliento fétido de la criatura la golpeó con tal fuera que creía que se desmayaría.

- ¿No te gusta mi aliento ni mi aspecto, eh? Pero tú sigues siendo lozana y hermosa. Dame algo de tu juventud. Ayúdame a volver a ser joven.

- ¡Nooo! –gritó Lapis con todas sus fuerzas. Estaba segura de que aquella aparición no podía ser Steven. Tenía que destruirla, hacerla pedazos con sus poderes; pero no podía moverse. Estaba helada y paralizada.

- ¿No? ¿¡No me ayudarás, desgraciada!? ¡Entonces, te voy a matar!

La sujetó por la barbilla y la obligó a mirarla a los ojos. Dos terribles llamaradas de fuego surgieron de ellos y la envolvieron. Extrañamente, Lapis sentía un frio congelante mientras las llamas iban consumiendo su cuerpo físico.

- ¡Nooooo! –gritó por última vez.

Aterrada, con los ojos desorbitados, se incorporó sobre el piso cubierto de hielo. La planicie estaba silenciosa, y el resplandor rojizo de la estrella lo envolvía todo.

Te he esperado tanto tiempo... (Lapiven)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora