¡Aférrate al amor, y jamás lo dejes ir!

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Lapis estuvo volando sin rumbo, a suficiente altura como para que nadie pudiera verla.

No había hecho más que llorar y pensar. Al principio se sentía derrotada, perdida, y muy enojada consigo misma. No entendía cómo pudo haberle hecho caso a Connie, cómo pudo imaginar siquiera que podría derrotarla en su propio terreno.

Después de todo, Connie había vivido con Steven por más de 75 años. Ella solamente llevaba unos meses a su lado. ¿Cómo pudo imaginar que iba a olvidarla en tan poco tiempo?

Sin embargo, ese mismo pensamiento la ayudó a tranquilizarse. Quizá su reacción había sido exagerada. Después de todo, Steven estaba sinceramente arrepentido. Se veía en su cara, en sus acciones, y en todo lo que le dijo después de su confusión.

Cuando comprendió eso, estuvo tentada a regresar. Tenía que suplicar el perdón de Steven, si era necesario. Él no tenía la culpa de que ella no pudiera superar sus traumas del pasado.

Y sin embargo...

Una ola de esperanza la invadió. Solo unos meses antes, el disgusto y la tristeza le hubieran durado días, y quizá hubiese escapado de la Tierra inmediatamente. Pero ahora, a pesar de la intensidad de su tristeza y su enojo, apenas habían pasado un par de horas para que se sintiera mejor.

Algo en ella estaba cambiando para bien. Empezaba a lograr lo que nunca imaginó: controlar su carácter y quizá... ¿comenzar a superar sus traumas?

Pero no. No iba a ser tan sencillo. Apenas comenzaba a volar hacia el granero, cuando aquella parte de su mente que no olvidaba los milenios de tortura comenzó a jugar en su contra otra vez. ¿Acaso no había aprendido nada? ¿Ya había olvidado para lo que había nacido? ¿O era tan estúpida que quería seguir sufriendo en vano?

Su mente era un torbellino incontrolable, ¿cómo podría hacer para tranquilizarse? De nuevo volaba sin rumbo y las lágrimas no la dejaban ver. Pero otra parte de su mente, la que no se resignaba a perder la esperanza, fue la que por fin encontró un rumbo para su errático vuelo. Sin darse cuenta, se dirigía hacia el único lugar en el que había encontrado una promesa de apoyo y ayuda.

Desde las alturas divisó la casa del hijo mayor de Steven, y comenzó a descender. No lo entendía del todo. ¿Qué podía hacer él por ella?

Para su enorme sorpresa, encontró a aquel hombre tan parecido a Steven en la entrada de la puerta de su casa. Y se sorprendió todavía más, cuando Steven junior la miró sin el menor asomo de sorpresa.

- La esperaba desde hacía tiempo, señorita Lapis. -dijo sonriendo-. Solamente me preguntaba en qué momento llegaría.

***

Steven llegó por fin al templo de las gemas. El lugar se encontraba en un estado lamentable, desierto desde hacía muchos años. La estatua estaba derruida; y al parecer, no iban a pasar muchos años antes de que cayera por completo. El moho, la humedad y las telarañas se habían apoderado de la mayoría de sus estancias; y como habían desaparecido casi todas las Gemas de Cristal, solamente persistían el Cuarto de Fundición, completamente vacío; su propia habitación, y el cuarto de su madre.

Sin embargo, su sentimiento de urgencia le impedía compadecerse o reprocharse por no haber cuidado aquellas estancias sagradas. En el cuarto de su madre encontró rápido lo que buscaba; pero le llamó mucho la atención encontrar, en la base del dispositivo, una carta para él mismo. El papel era de muy alta calidad, como si la persona que lo escribió quisiera asegurarse de que resistiría el paso del tiempo por muchísimos años.

Ni siquiera necesitó identificar la letra de Connie. Nadie más que ella había entrado en aquel cuarto con él. Su corazón dio un vuelco, en un inmenso transporte de alegría. ¡Un nuevo mensaje de su esposa! ¡La mujer a la que había amado con locura durante tantos años!

Te he esperado tanto tiempo... (Lapiven)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora