Curando nuestras heridas

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Los días siguientes fueron muy difíciles para los dos.

En primer lugar, Lapis insistió en que no sería bueno que Steven regresara a su departamento. Intuía que en ese sitio habría demasiadas cosas que lo incitarían a beber y sentirse triste. En lugar de ello, le propuso mudarse al viejo granero donde ella había vivido con Peridot. Steven cedió a regañadientes, pero lo hizo. De alguna manera, sabía que sería mucho mejor que irse a vivir al templo, con la tentación siempre constante de entrar y permanecer en el cuarto de su madre.

Se las arreglaron para conseguir comida y se encerraron a cal y canto, para alejar a Steven de cualquier posible reserva de licor que estuviera cerca.

Él llamó a sus hijos para hacerles saber que estaba bien, y que iba a tomarse un tiempo para desintoxicarse y poner las cosas en perspectiva. Ellos, por supuesto, insistieron en saber en dónde estaba. Pero no les dio mayores explicaciones y cortó la videollamada.

La desintoxicación fue difícil, pero tomó mucho menos tiempo del que ambos habían temido. Quizá los poderes curativos de Steven estaban contribuyendo, o quizá fue el tener a su lado a una amiga incondicional; que soportó todos sus cambios de humor y los momentos en los que sus tratos no fueron muy buenos.

Steven, además de amor y amistad, sentía mucho respeto por la gema azul. Eso le ayudó a no ponerse de verdad violento o poco razonable. A pesar de ello, en ocasiones pasaban horas mirándose el uno al otro, sin decir palabra; esperando a que Steven consiguiera superar sus malestares y su mal humor.

Durante esos ratos, Lapis apenas podía reprimir el deseo de abrazarlo y acariciarlo, pero sentía de alguna manera que el estado emocional de Steven podía llevarlo a rechazarla o reaccionar mal. Prefirió dejar esos acercamientos para cuando ambos estuvieran listos. Así que se limitaba a montar guardia en la única puerta útil, recostada en el sillón y sin mirarlo directamente.

Por suerte, Lapis había aprendido lo suficiente de Peridot como para hacer una rudimentaria batería alimentada por una celda solar. Aunque ya no era factible conseguir el Internet por transmisiones de radiofrecuencia, se las arreglaron para rastrear una rudimentaria línea de fibra óptica para colgarse y obtener señal. A partir de ese momento, las cosas fueron mucho más sencillas; porque ahora podían entretenerse. Además, para su buena suerte, encontraron un reservorio de oldies en línea con las doce temporadas completas de "Campamento, amor y pinos" y "Amigos llorones del desayuno".

Gracias a esas viejas series, Lapis pudo volver a ver reír a Steven. No era aquella risa forzada y tensa de los primeros días, sino un verdadero y puro sonido de alegría. Lo contemplaba, fascinada y encantada por ver el resurgir del muchachito que se había robado su corazón más de 80 años atrás.

En un momento, Steven volteó a ver a Lapis y ella se ruborizó suavemente. Pero no desvió a mirada, sino que le devolvió la sonrisa.

Steven no pudo evitar contemplarla por un momento. La gema azul era verdaderamente hermosa, y a Steven le resultaba extraño el no haberse dado cuenta antes de ello. Sí, la había dicho bonita más de una vez; pero era muy diferente reconocer su belleza que darse cuenta de golpe de la hermosura y regularidad de su cara, de su bella sonrisa deslumbrante, el color azul profundo de sus ojos, la tersura de su piel, y la manera en que su sencillo vestido resaltaba la desnudez de sus hombros.

Cuando salieron de su encanto, el episodio que estaban viendo había terminado. Solo pudieron evitar un momento muy embarazoso porque el estómago de Steven comenzó a gruñir.

- Tengo hambre, Lapis. Y ya se acabó toda la comida -dijo con pesar.

- No te preocupes, Steven. Vayamos a buscar más. Yo te acompañaré.

Te he esperado tanto tiempo... (Lapiven)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora