16 | No lo olvides

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Aunque todo había vuelto a la normalidad, Eloise se sentía diferente.

La situación con Myrtle seguía siendo tema de conversación, así como la expulsión de Hagrid. Eloise y Tom estaban indudablemente involucrados, ella como la pobrecita que encontró el cadáver de Myrtle, y él como el héroe que los protegió a todos. Nada de eso hacía feliz a Eloise, que quería desesperadamente visitar a Hagrid y pedirle perdón, de rodillas si hacía falta. Incluso si Aragog era el culpable, no podía creerse que Hagrid lo hizo a propósito.

«Te dije que no estuvieras cerca de él», le había dicho su amiga Constanze en un fallido intento de consolación, «Es un semigigante, no es confiable. Sabía que algo así podría pasar. Qué bueno que no estabas con él en ese momento».

Estaba paranoica. Veía tras su espalda a cada momento, creyendo que el fantasma de Myrtle la perseguiría, o que alguien descubriría que ella era tan culpable como Hagrid y la iban a expulsar, romper su varita y regresarla al orfanato. No podía irse, no. Tenía su futuro tan planeado que verlo derrumbarse sería devastador.

Tom no era una gran ayuda. Sí, la tranquilizaba cuando más ansiosa se sentía, pero en general no le prestaba tanta atención. No era como que la necesitara para vivir, pero era extraño que no estuviera al pendiente de ella todo el tiempo.

Estaba sumergido en una investigación de la cual poco le contaba. Lo único que le comentaba era que era muy importante y que les beneficiaría a los dos, pero que necesitaba más tiempo para desarrollar su proyecto. Tenía a sus amigos detrás de él siempre, cada vez eran más y lo que los unía no era una amistad, sino el mismo odio hacia los hijos de muggles.

Aun así, Eloise seguía sintiendo que su lugar seguro era Tom. Con todo y sus causas que ella no apoyaba.

—¿Estás bien, Eloise?

Dio un brinco en su lugar y vio al profesor Dumbledore, que la observaba con expresión amable. Ambos estaban frente a la gárgola que daba paso a las escaleras de la oficina del director, aunque Dumbledore acababa de llegar y Eloise llevaba media hora ahí parada.

—Sí —respondió sin sonar segura—. ¿Cómo está Hagrid, profesor?

Un leve asomo de intriga floreció en la mirada del hombre, pero prefirió no forzarla.

—Él está bien. Un poco triste, quizá, pero nada que no vaya a mejorar.

—Me... —carraspeó nerviosa—. Me gustaría visitarlo. Si se puede.

Dumbledore sonrió suavecito.

—Claro, Eloise. Organizaré una reunión. ¿Vas a subir?

Miró hacia la gárgola. El miedo trepó por su cuerpo y terminó retrocediendo.

—No... yo no...

—No pasa nada —la calmó con una sonrisa—. No tienes que hacerlo, pero puedes decirme lo que necesites.

Así que, tras esas palabras, Eloise rompió en llanto. Esta última semana lloraba demasiado, por todo. Se sentía sensible y triste y llena de culpa. Necesitaba sacarlo de su sistema, pero la única persona a la cual podría contarle era la misma que le repetía que la pérdida de Myrtle no era algo para llorar debido a que era una sangre sucia. Y Eloise recordó aquel día en que un hombre de barba y pelo largo entró a la habitación de Tom en el orfanato, y les dijo a los dos que eran niños mágicos y que tenían un lugar en el colegio de magia, que tenían un lugar en el mundo.

Si Dumbledore nunca hubiera ido por ellos, Eloise jamás habría encontrado lo que ahora tiene. Jamás habría sabido que pertenecía a la magia.

—Hagrid no lo hizo —confesó en un sollozo, y ya no pudo parar—. No sé cómo pasó o cómo Aragog pudo escaparse, pero Hagrid es inocente. Él solo quería darle cariño a la acromántula, no pudo haberla dejado libre sabiendo que iba a asesinar a alguien. ¡Y yo sabía de la existencia de Aragog! Si... si la expulsión se trata también de tener una acromántula escondida en el castillo, yo también soy cómplice. Lo justo es q-que me castiguen a mí también. Lo merezco, profesor Dumbledore. No defendí a Hagrid cuando me necesitaba y él... es mi amigo...

—Lo sé, Eloise.

Se detuvo de golpe.

—¿Lo sabe?

—Sí, Hagrid lo mencionó. No quiso delatarte.

Aquello, lejos de consolarla, incrementó la sensación de culpa.

—Me siento muy mal —se pasó las manos por su rostro lloroso—. Tal vez mi testimonio no hubiera servido de mucho, pero al menos...

—Hiciste bien —le interrumpió, causando que ella lo mirara con incredulidad—. En efecto, tu testimonio no hubiera servido de nada. El ministerio presionaba al director Dippet para darle solución al asesinato, así que Aragog fue la excusa perfecta y nada iba a poder cambiarlo. En cambio, si hubieras hablado, también te habrían expulsado. Y creo que ya tenemos suficiente con un alumno fallecido y otro excluido, Eloise, ambos casos totalmente injustos y terribles. No necesitamos que nuestra bruja más brillante también pase por lo mismo.

Dumbledore había sabido cómo quitarle el tapón a una bañera llena de estrés, agonía y culpa, porque Eloise inmediatamente se sintió mucho mejor. No pudo evitarlo. Soltó un sollozo mezclado con una risa, y en un santiamén estaba abrazando a su profesor favorito con mucha fuerza.

—Gracias, profesor Dumbledore. Muchísimas gracias. No sabe usted el peso que me ha quitado de encima, ¡jamás lo olvidaré!

En el futuro, donde Eloise era una mujer adulta con responsabilidades más grandes, todavía seguía recordando este momento.

Dumbledore palmeó su cabeza, con una risita enternecida, aunque sin devolver propiamente el abrazo.

—Me alegra haberte ayudado, pero te pido que por favor tampoco olvides estas palabras —separándose con delicadeza, la miró fijo a los ojos—. Si algo va mal, si sabes tú que algo está mal, no dudes en contármelo. Veremos cómo resolverlo.

Eloise nunca olvidó sus palabras, porque en el futuro serían de gran ayuda.

Forever | Tom Ryddle [HP 0.5] ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora