Tom y Eloise tenían nueve años, y eran más inseparables que nunca. Ninguno iba a algún lado sin el otro, se defendían constantemente de los ataques de otros niños y hacían todo juntos.
Eloise seguía siendo una niña alegre, despistada, curiosa e insanamente adicta al dulce. Tom, por otro lado, era completamente lo opuesto: odiaba a todos, se fastidiaba por todo y le ponía mala cara a todo.
Menos a ella.
Nunca a ella.
Quizá era por eso que Eloise todavía no se daba cuenta de que la razón por la que nadie se le acercaba, era porque esa persona tendría los oscuros ojos de Tom encima todo el tiempo, vigilante. Como un depredador a punto de atacar, una serpiente a segundos de lanzar su venenosa mordida.
A los niños no les disgustaba Eloise. Como había dicho Azucena: ¿quién podría no quererla? El problema era que le temían a Tom, y él era su sombra desde el alba hasta el crepúsculo. No importaba que tuviera nueve años, que fuera físicamente adorable con su trajecito impecable y su cabello bien peinado. Le tenían miedo, debido a las cosas que él hacía. Porque cosas extrañas pasaban alrededor de Tom, sobre todo si lo hacías enfadar o te metías con la bonita castaña de ojos azules.
Cosas inexplicables. Peligrosas. Cosas que le enorgullecían, y que Eloise fingía no notar.
Nuevamente estaban en el pueblo. Eloise tenía su mano izquierda en el bolsillo del saco de Tom, de esa manera él se aseguraba de que no se extraviara. Estaban a finales de enero, por lo que ambos llevaban abrigos para protegerlos del frío. Bajo su vestido azul cielo, Eloise usaba medias gruesas blancas y botas de lana, guantes, una bufanda gris rodeaba su cuello y su gorrito también de lana le cubría parcialmente los ojos.
No había sido ella quien se colocó todas esas prendas antes de salir. Tampoco las monjas.
Con la mano derecha se levantó el gorrito un poco. Estaban sentados juntos en una banca fuera de la cafetería donde las monjas disfrutaban de una taza de café. Los otros niños jugaban con la nieve, lanzándose bolas al cuerpo y rompiendo en carcajadas. Eloise los miraba casi con anhelo cuando Tom volteó hacia ella.
—¿Quieres que ellos jueguen contigo?
Eloise parpadeó.
—¿Eh?
—No dejas de mirarlos. ¿Quieres que haga que jueguen contigo?
Eloise no pasó por alto las palabras «quieres que haga» y no se imaginó qué podría hacer él para que los demás la quisieran. Negó levemente, apretujándose a su costado.
—Mejor juega tú conmigo.
—No me gusta ese juego.
—¿Lo has jugado?
—No.
Ella bufó y el vaho salió de sus labios.
—Me aburro, Tomy.
—No es mi problema. Te dije que puedo hacer que ellos quieran jugar contigo.
—¿Cómo? —Se atrevió a preguntar, con una curiosidad inocente. Los ojos cafés de Tom brillaron con astucia.
—Déjamelo a mí. Ve a la cafetería que te estás congelando, yo iré a buscarte después.
Eloise aceptó sin sospechar sus verdaderas intenciones. Sacó su mano del saco de Tom y se metió al establecimiento, solo cuando estuvo adentro fue que Tom se acercó al grupo de niños en la nieve. Eloise avanzó hasta la mesa de las monjas, las cuales la recibieron con amables sonrisas y le invitaron chocolate caliente. Ella lo aceptó, y se pasó los próximos minutos entrando en calor frente a la chimenea de la cafetería.
Tom llegó cuando ya se lo había terminado. La campanilla de la puerta sonó con su entrada y todos se giraron. Eloise se había fijado antes que Tom atraía la atención de cualquier persona, por su porte intimidante. El chico entró sin ponerle la menor atención a las monjas y fue hasta Eloise, le ofreció una mano que ella aceptó sin dudar.
Las monjas no dejaban de observar el recorrido que los dos tomaron, enfatizando las miradas en las manos que ellos mantuvieron entrelazadas. Era curiosa la relación que aquellos dos huérfanos habían desarrollado, sin incluir a nadie más, ajenos al resto del mundo.
Tom guiaba a Eloise de la mano, tirando de ella con una delicadeza sorprendente, porque sabía que la chica se resbalaba continuamente sobre el hielo en el pavimento. Eloise dibujó una sonrisa en su cara cuando vio que los niños estaban esperándola, divididos en dos grupos. Estaba tan emocionada que no vio cómo las niñas temblaban, no por el frío, y que los niños rehuían la mirada de Tom.
—Ve —le dijo él a su amiga, soltando su mano. Eloise corrió hacia los demás, trastabillando en el camino, pero por primera vez nadie se rió de ella.
Y entonces el juego comenzó. Tenso, ridículamente rígido e incómodo con la potente mirada de Tom vigilando cada movimiento, pero Eloise reía y corría y sonreía y era feliz.
Pudo permanecer de esa forma por un largo tiempo más, de no haber sido por aquel accidente.
Eloise estaba escondida tras la improvisada barricada de botes, formando una bola de nieve grande. Era tan pesada para sus delgados brazos que, cuando salió de la protección de su barricada, iba distraída tratando de que no se le cayera, así que no vio venir la pelota de nieve que terminó estrellándose en su cara.
Soltó la que cargaba en los brazos para llevarse las manos a los ojos, donde la nieve se le había metido. También tenía la barbilla raspada por la aspereza del hielo, y aunque trató de no llorar, le ardía.
Si antes no había risas mas que las de Eloise, ahora no existía sonido alguno que opacara las fuertes e iracundas pisadas de Tom.
—Eloise. —La sostuvo de las manos para intentar estudiar los daños, pero ella se negó a abrir los ojos a pesar de las lágrimas que se deslizaban por sus mejillas. Tom pasó el pulgar por el escaso rastro de sangre en su barbilla lastimada, y sus propios ojos se sumieron en una oscuridad inquietante—. ¿Quién fue? —Preguntó a los demás, que estaban en completo shock.
Aun así, ninguno tuvo reparos en señalar a Billy Stubbs. El pobre chico retrocedió, alzando las manos, su rostro lleno de pánico.
—Fue un accidente —se defendió el chico torpemente—. No quise hacerlo, lo juro.
—Discúlpate.
Todos contuvieron el aliento, pero Billy no lo pensó dos veces antes de hablar.
—Lo siento mucho, Eloise, no fue mi intención hacerte daño.
Tom bufó como si hubiese oído la disculpa más patética del mundo, pero Eloise -aún con sus ojitos apretados- alzó un pulgar y sonrió tiernamente.
—No pasa nada, Billy, lo entiendo.
—Entonces... —el chico desafió su suerte preguntando—. ¿Estamos bien?
No se lo preguntaba a Eloise, ciertamente, pero Tom no le respondió. En su lugar, sujetó la muñeca de Eloise y la llevó de regreso a la cafetería, donde la sentó frente a la chimenea y limpió sus ojos enrojecidos y su barbilla sutilmente ensangrentada. No dejó que ninguna monja se le acercara, mucho menos que la tocaran.
Y Eloise, durante un segundo, creyó que el asunto había acabado ahí. Pero conocía a Tom demasiado bien.
Así que no se sorprendió cuando, al día siguiente, el conejo de Billy Stubbs amaneció colgado de una viga.
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Forever | Tom Ryddle [HP 0.5] ✔
FanfictionPARTE 1 CONCLUIDA. ES UN BORRADOR, SE EDITARÁ EN EL FUTURO. Días después de nacida, Eloise fue abandonada en las puertas de un orfanato. No había ningún indicio de su origen en aquella canasta tejida, nada que indicara su naturaleza mágica. Sin emb...