22 | Imperius

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Eloise se había dedicado meticulosamente a perfeccionar el hechizo de la marca. Al principio fue toda una odisea lograrlo, porque se detenía ante cada minúsculo detalle para arreglarlo hasta que quedara totalmente perfeccionado. Sin embargo, una vez listo y seguro, el primero en tenerla sería Tom. Habían quedado en que ella no la tendría porque no la necesitaría realmente. Eloise no era mortífago, después de todo. Era la señora.

Bajó las escaleras del segundo piso, dando brinquitos y tarareando alegremente. Su presencia en la mansión Ryddle era tan importante como la de Voldemort, tal como ella lo deseaba. Los mortífagos veían lo comprometida que estaba con la causa al mejorar sus medios de comunicación y su imponencia. Lo mejor de todo era que ninguno cuestionaba por qué no tenía la marca, o por qué no había un cadavér humano con su nombre tallado en la frente. Su palabra también era ley.

Se sentía como una reina. No podía ignorar la sensación tan agradable que se extendía por su cuerpo cada vez que obedecían sus peticiones. Ya entendía a su esposo. Una vez tenías el poder en tus manos, dejarlo ir era una absoluta imposibilidad.

Llegó a la cocina para prepararse un emparedado. Estaba tan familiarizada con esta casa, tan cómoda y adaptada, que no se molestó en ponerse zapatos. Nadie tenía permiso de entrar a esta zona, a final de cuentas.

Es por ello que se sorprendió mucho cuando escuchó ruido fuera de la cocina. Tom no estaba en casa, y los mortífagos que patrullaban la mansión estaban dentro y fuera del primer piso, específicamente en el recibidor. No debería haber nadie además de ella.

Masticó el pedazo de emparedado y guardó los ingredientes, al tiempo que sacaba sutilmente su varita de la manga. Guardó silencio, escuchando cualquier ruido que pudiese delatar al intruso. Podría gritar y dejarle el trabajo a los mortífagos... sí, eso era lo más sensato.

Pero cuando identificó pisadas rápidas que huían, una extasiada sonrisa se dibujó en su rostro, y avanzó descalza en búsqueda del extraño. Eloise estaba en su elemento, conocía la casa de pies a cabeza, y una pequeña cacería sonaba como el entretenimiento que necesitaba mientras esperaba la llegada de su esposo.

Dejó que el desconocido se escondiera y creyera que tenía oportunidad de irse sin ser visto, asegurándose de bloquearle las salidas al piso de abajo. Eloise continuó tarareando su canción, deteniéndose sólo cuando creía estar cerca del individuo, haciendo un poco de trampa con su varita. Así pasaron unos extensos minutos que ella decidió detener en cuanto supo exactamente dónde estaba oculto.

Abrió la puerta del cuarto de limpieza, encendiendo un lumos bajo su barbilla para darse un toque maquiavélico.

—Bu.

El intruso se sobresaltó, elevando la cara para mirarla con algo de miedo. Entonces Eloise notó que se trataba de un hombre. Estaba quietecito, observando la varita cuya punta iluminaba el cuarto.

—Muggle —musitó confundida, bajando la varita—. Nox.

Encendió el foco del cuarto después de apagar la luz mágica. No era un hombre mayor, sino un hombre joven, de algunos veintitantos años. Eloise le hizo una seña para que se pusiera de pie, percatándose de su leve cojera. Ambos salieron del cuarto, él siguiéndola sin entender ni pío. Cuando Eloise lo llevó de vuelta a la cocina, le ordenó en silencio que se sentara en una silla del comedor. El hombre obedeció sin rechistar, viendo con atención cómo la castaña le servía agua en un vaso de cristal y lo colocaba frente a él.

—¿Cómo te llamas?

El hombre observó fijamente el vaso, sin atreverse a beber.

—Frank, señorita.

Forever | Tom Ryddle [HP 0.5] ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora