02 | Lo prometo

10.4K 993 92
                                    

Julio, 1933

—¡Tomy, ahí venden dulces!

Eloise tiró de la mano de Tom, el cual hizo una mueca de disgusto y agarró la muñeca de Eloise para detenerla. La niña lo miró, confundida.

—No te separes del grupo, Eloise. Te pierdes muy rápido —reprendió él—. Además, si sigues comiendo dulces, se te van a caer los dientes.

Ella se llevó las manos a la boca, preocupada, hasta que decidió que no le importaba y rompió en una enorme sonrisa. Tom la siguió con la mirada, atento a que ella no se desviara de la ruta. Era fin de semana y las monjas los habían sacado al pueblo más cercano para un cambio de aires, un pequeño descanso. Tom lo consideraba aburridísimo, odiaba las dinámicas en grupo y más odiaba a la gente, pero Eloise se lo pasaba en grande con cada mínima cosa. En especial si encontraba un tienda de azúcar.

—¡Tom, Eloise! —la voz de la profesora Yolie hizo que el chico volteara la cabeza a donde ella les hacía señas para acercarse—. ¡Vengan para la fotografía!

Tom rodó los ojos, y con un suspiro se metió las manos a los bolsillos de los pantaloncillos. Empezó a caminar con todo el pesar del mundo, pero el silencio que había a su alrededor fue demasiado... ruidoso. Sintió que algo no estaba bien, que algo le hacía falta.

Se giró, entornando los ojos, y su corazón dio un salto en su pecho cuando no vio la cabellera castaña de Eloise por ningún lado.

Olvidó completamente a la profesora y regresó sobre sus pasos, totalmente alerta.

—¿Eloi? —Preguntó con cautela, pero sus latidos estaban acelerados, y no comprendía muy bien de dónde se originaba su creciente miedo—. ¡Eloise!

Ya estaba alejado del resto del grupo cuando se echó a correr, buscándola por todos lados. Estaba empezando a preocuparse muchísimo más, cuando la escuchó.

—¡Tomy!

Siguió su voz sin rechistar, casi volando. La encontró metida en un callejón al lateral de una tienda. Estaba en el fondo, apoyada contra la pared como si quisiera fusionarse en ella. Tenía los ojos desorbitados, una mano llena de dulces, y miraba fijamente al gran perro que estaba frente a ella.

Tom adivinó que el animal probablemente la había seguido por los dulces, y que en realidad no iba a hacerle ningún daño, pero al ver la cara de terror de Eloise toda racionalidad se fue de su cabeza y se sorprendió a sí mismo llamando al perro con furia.

La reacción fue instantánea. Un segundo el can estaba acercándose a Eloise, sigiloso, y al otro segundo estaba retrocediendo como si una correa tirara de él en la dirección opuesta de la chica. El perro salió del callejón y se sentó sobre sus patas traseras, mirando a Tom con sumisión.

—Vete. —Ordenó él, desconcertado de que le obedeciera tan explícitamente, pero poco le interesó aquello cuando Eloise soltó algo parecido a un sollozo. Fue hacia ella de inmediato, sin saber qué hacer para consolarla. No se esperaba que su amiga se lanzara a sus brazos, lloriqueando sobre su hombro.

Tom le palmeó la espalda, incómodo. No supo si Eloise había notado aquello, pero después de eternos segundos se separó, limpiando sus lágrimas con la mano que tenía libre. Porque sí, en ningún momento soltó sus golosinas.

—Gracias Tomy —hipó, luciendo adorable con sus ojitos azules vidriosos de lágrimas—. Sabía que no me iba a hacer daño, pero cuando me enseñó los dientes me asusté.

Entonces, Tom recordó la razón de que eso hubiese sucedido, y frunció el ceño con molestia.

—Eso te pasa por alejarte cuando te advertí que no lo hicieras —bajó la vista cuando Eloise volvió a lagrimear a causa del regaño, y sus ojos se enfocaron en el puñado de regalices y bolitas de azúcar—. ¿De dónde sacaste eso?

—¿Los dulces? —Los levantó para abrir la palma de su mano, sucia del dulce escurrido—. Entré a la tienda, pero cuando le dije al señor que no tenía dinero, me los regaló.

Para sorpresa de Eloise, Tom gruñó. Sacó del bolsillo de su saco un pañuelo, agarró con él las golosinas y fue a tirarlas al bote de basura. Cuando regresó, limpió la mano manchada de Eloise con el mismo pañuelo.

—No debes aceptar comida de extraños, Eloise —dijo con firmeza, tallando la palma gentilmente—. No sabes qué pueden tener dentro.

—¿Ni aunque sean golosinas?

—Mucho menos si son golosinas. Prométeme que no volverás a hacerlo.

Una expresión de tristeza abarcó las facciones de Eloise, pero ella asintió dócilmente.

—Lo prometo.

—Y tampoco volverás a alejarte de mí, especialmente cuando salgamos del orfanato.

—¿Y si quiero ir al baño?

—Te acompañaré, y una de las monjas entrará contigo.

Eloise suspiró. Tom terminó de limpiarla, pero no la soltó. La miró tan profundamente como un niño de siete años podría hacerlo. Al final, Eloise asintió por segunda vez.

—Lo prometo, Tomy.

Forever | Tom Ryddle [HP 0.5] ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora