Duncan frena el viejo Chevrolet de mamá justo delante de la casa de Debra. Yo recojo mi mochila del asiento trasero del coche y le planto un beso en la mejilla a mi hermano antes de bajar del vehículo.
—Pasároslo bien —se despide él. No se ha molestado en apagar el motor y este ruge, suplicándole que pise el acelerador—. Mañana me mandas un WhatsApp y paso a recogerte.
—Que sí —contesto, arrastrando las vocales con aire exasperado. Ya me ha dicho tres veces que tengo que avisarle para que venga a buscarme—. Vete de una vez, pesado.
Sin hacerse más de rogar, asiente y le veo meter primera y comenzar a maniobrar con el volante para volver a incorporar el coche al tráfico nocturno de las calles de Detroit. Yo no me quedo a ver cómo el vehículo desaparece carretera abajo, sino que doy media vuelta y miro al frente, a la casa de mi mejor amiga. Soy incapaz de reprimir una sonrisa.
Es viernes por la noche. Y, si ya de por sí adoro los viernes por la noche por considerarlos sinónimo de descanso y libertad después de cinco agotadores días de instituto y de trabajo, hoy estoy incluso más contenta de que haya llegado este momento de la semana. Y todo porque Debra, Caroline, Loreen y yo hemos decidido organizar una noche de chicas, a modo de imitación y de pequeño homenaje a las innumerables fiestas de pijamas que celebrábamos cuando íbamos a primaria y también cuando estábamos en nuestros primeros años en Somersby.
Estamos empezando poco a poco a ser conscientes de que este es nuestro último año de instituto, que no es un simulacro que vayamos a acabar esta etapa de nuestras vidas en apenas unos meses. Nos queda muy poco tiempo juntas antes de que cada una de nosotras se marche a una punta distinta del país para empezar la universidad, así que nos hemos propuesto exprimir nuestra amistad todo lo posible antes de que eso ocurra. Y eso incluye montar una buena fiesta de pijamas como las de antes.
Sintiéndome un poco nostálgica y bastante dramática, recorro el camino de gravilla que lleva hasta la puerta principal de la casa de Debra sin poder borrar la sonrisa de mis labios. Cuando llamo al timbre, me recorre la misma oleada de ilusión que solía sacudirme de pies a cabeza cuando hacía esto mismo siendo más pequeña. Y, al igual que hacía cuando tenía once años, me muerdo el labio inferior con cierto nerviosismo mientras espero a que me dejen entrar.
No obstante, la madre de Debra no tarda ni un minuto en abrirme la puerta y además me dedica una enorme sonrisa en cuanto me ve.
—Pasa, Cameron, pasa —es lo que me dice a modo de saludo, sin dejar de sonreír de esa forma tan cálida y reconfortante—. ¿Cómo estás? No te había visto desde antes del verano. ¿Y qué tal tu madre? El otro día me la encontré en el súper, pero apenas pudimos hablar porque las dos íbamos con prisas.
—Todos estamos bien, señora Reed —respondo, devolviéndole la sonrisa sim ningún esfuerzo.
Ya he franqueado la puerta, así que ella se encarga de cerrarla detrás de mí, poniéndome una mano en el brazo con cariño. Me conoce desde que nací y siempre se ha comportado conmigo como una madre, teniendo confianza más que de sobra tanto para cuidarme como para echarme una buena bronca cuando ha sido necesario.
—Me alegra mucho oír eso —afirma—. Por cierto, llegas la última. Debra y las demás te están esperando arriba.
Asiento. La puntualidad nunca ha sido mi fuerte y encima Duncan me ha traído conduciendo más despacio que un caracol subido en una tortuga porque todavía está recuperándose de su lesión en la pierna y tiene que ir con cuidado.
—Saludo a Ally y a Scott y subo.
—Claro, están en el salón —me contesta ella, regalándome una nueva sonrisa.
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Efectos colaterales
Teen FictionCameron y Maverick se odian. Pero a Cameron le gusta Liam, a quien Maverick conoce muy bien. Y a Maverick le gusta Debra, quien es la mejor amiga de Cameron. Así que, cuando Maverick le propone a Cameron aliarse para que ambos consigan salir con su...