La última vez que me alisé el pelo fue para la boda del tío Ernie. Y no salió bien.
A pesar de que el hermano de mi madre se casó en pleno agosto y no había ni rastro de humedad en el ambiente y tampoco durante la ceremonia ni durante el banquete, mi pelo apenas tardó un par de horas en encresparse y ensortijarse, volviendo a convertirse en esos pequeños y cerrados bucles, incapaz de resistirse a regresar a su estado natural.
Les he contado esto a Debra y a Caroline, para que entendiesen que lo pretendían hacer era inútil, pero no me han escuchado.
En su lugar, lo que han hecho ha sido atarme (literalmente) a una silla delante del espejo del baño que comparto con Duncan y, cada una armada con una plancha, se han pasado no menos de cuarenta y cinco minutos alisando un mechón tras otro de mis enredados rizos negros.
Mientras tanto, Loreen se ha sentado sobre la tapa del váter y ha estado todo el rato con su móvil, mirando TikTok. No podía ayudar mucho, ya que ella jamás se ha planchado el pelo. Es otra de las ventajas que le confieren sus genes asiáticos, aparte de la de ser jodidamente buena en judo. Además, lleva el cabello tan corto que apostaría lo que fuera a que ni siquiera se molesta en peinarse por las mañanas.
—Volverá a rizarse en menos de cinco minutos —comento, cuando por fin Debra y Caroline han terminado con su tarea y ya están desenchufando sus respectivas planchas.
Hago el amago de levantarme, pero sigo amarrada a la silla.
—Quieta ahí —me chista mi mejor amiga.
Entonces Caroline le pasa un bote de spray a Debra y lo siguiente que sé es que estoy perdida en una nube de laca, tosiendo y con los ojos llorosos por culpa del aerosol.
—¡¿Estáis locas?! —me quejo, indignada.
Creo que podría calificar a esto de tortura sin temor a estar exagerando ni un ápice en mi apreciación.
No obstante, Debra y Caroline se limitan a reírse y, finalmente, me desatan.
Yo les dedico una mirada fulminante cuando al fin puedo despegar mi dolorido culo del asiento, pero ni siquiera me molesto en echarle un vistazo a mi reflejo en el espejo, exasperada.
—¿Nos vamos ya o qué? —inquiere entonces Loreen, desclavando de una vez los ojos de la pantalla de su teléfono.
Debra y Caroline asienten. A pesar de que estemos en mi casa, ellas dos se han convertido en las figuras de autoridad del grupo después de no solo alisarme el pelo a mí, sino también maquillarme y maquillar a Loreen, ultimando así todos los detalles del (desastroso) aspecto inicial de ambas para que «estemos a la altura de lo que se espera de un par de no-invitadas que van a colarse de extranjis en la fiesta de Margot Stapleton». Al menos, eso es lo que ha dicho Debby cuando Loreen ha gruñido por enésima vez, provocando que Caroline le hiciese un estropicio con el eyeliner y tuviese que volver a empezar.
Tras el gesto afirmativo de las capitanas de esta operación suicida, las cuatro salimos del servicio directamente a mi cuarto, donde recogemos nuestras chaquetas y bolsos para después desfilar hasta el pasillo y bajar las escaleras rumbo a la puerta principal.
En otras circunstancias, al igual que ha pasado otras veces que hemos venido a mi casa para prepararnos antes de una salida nocturna, nos habríamos encontrado con mis padres al atravesar el salón. Mi padre nos habría dicho que tuviésemos cuidado con los chicos (Loreen seguramente habría contestado algo como «que tengan ellos cuidado con nosotras») y mi madre nos habría comentado varias veces lo guapas que estamos, alabando el vestido de una y los zapatos de otra, deseándonos también que nos lo pasemos bien.
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Efectos colaterales
Teen FictionCameron y Maverick se odian. Pero a Cameron le gusta Liam, a quien Maverick conoce muy bien. Y a Maverick le gusta Debra, quien es la mejor amiga de Cameron. Así que, cuando Maverick le propone a Cameron aliarse para que ambos consigan salir con su...