08 | Definitivamente mi vida es una broma de muy mal gusto

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Aunque al principio Duncan se ha negado en rotundo, alegando que tenía pensado preparar una rica ensalada de pasta, finalmente he conseguido convencerle y hemos pedido comida china para cenar.

He tenido que pagarla yo misma de mi propio bolsillo, pero ha merecido la pena. Y ahora que ya hemos terminado de zamparnos los fideos, mi mellizo y yo estamos fregando los vasos que hemos usado y adecentando un poco la cocina mientras suena de fondo Say Amen (Saturday Night) de Panic! At The Disco, porque es sábado noche y porque Brendon Urie es todo lo que está bien en esta vida.

Papá y mamá habían reservado mesa en un restaurante bastante bueno del centro y ahora mismo deben estar poniéndose morados a base de marisco y vino tinto. Lo de salir a cenar fuera no es algo que suelan hacer a menudo, pero es que sus respectivos trabajos apenas les dejan tiempo para poder estar juntos, así que, una vez cada varios meses, deciden darse un respiro y tener una noche para ellos solos, dejándonos a Duncan y a mí en casa.

En cuanto terminamos con nuestra tarea en la cocina, Duncan anuncia que va a adueñarse de la tele y que no puedo hacer nada para impedírselo, ya que juegan los Lakers y quiere ver el partido a toda costa. De todas formas, yo no ofrezco mucha resistencia.

Estoy agotada. El cansancio por no haber dormido bien en la noche de ayer ha ido apoderándose poco a poco de mí conforme avanzaba el día. Y las dos horas que he pasado con Liam haciendo el trabajo del libro también me han dejado exhausta, en este caso mentalmente hablando.

De modo que, me despido de Duncan y, nunca mejor dicho, me voy con la música a otra parte. Recojo mi móvil de la encimera de la cocina y pauso la canción en YouTube mientras subo las escaleras en dirección a mi cuarto.

Una vez en mi dormitorio, me meto en la cama sin pensármelo dos veces, saco los auriculares de la mesilla de noche y los conecto al teléfono, buscando una lista de reproducción más relajante y volviendo a darle al play cuando encuentro una que cumple dichos requisitos.

Con un suspiro de satisfacción, apago la luz y me tapo con las sábanas hasta la barbilla. Cierro los ojos y me hundo más en el colchón, sintiendo que gracias a la suave melodía y a que estoy tratando de mantener la mente en blanco mis músculos se van destensando uno a uno. Tras varios minutos decido cambiar de postura, colocándome bocabajo. El cable de los auriculares se me enreda en el pelo mientras me muevo, pero me da igual.

Las mantas retienen y acumulan el calor que desprende mi cuerpo y yo me siento tan a gusto en este pequeño refugio calentito en el que se ha convertido mi cama que empiezo a notar cómo el hilo que me mantiene consciente comienza a romperse. Me pesan tanto los párpados que ya no sería capaz de abrirlos ni aunque quisiera. El sueño empieza a atraparme...

Y entonces la música se interrumpe y mi móvil empieza a vibrar y a emitir esos soniditos que indican que tengo varias notificaciones nuevas, pero los auriculares amplifican los pitidos y los ruidos amenazan con hacerme estallar los tímpanos.

Me espabilo al instante. Me incorporo de golpe en la cama y me arranco los cascos de un tirón, soltando un gruñido de puro fastidio.

Miro la pantalla del teléfono y el brillo casi me deja ciega. Tengo que parpadear varias veces para que no me empiecen a llorar los ojos y al final me veo obligada a volver a encender la luz.

Solo entonces me atrevo a echar de nuevo un vistazo a la pantalla de bloqueo.

Y resulta que las notificaciones son debidas a que tengo varios mensajes nuevos de Maverick.

Odio. A. Este. Imbécil.

Dibujo el patrón con rabia y me meto en WhatsApp.

Maaaverick 🤢🤮:
Hey.
¿Qué tal te ha ido con nuestro querido príncipe azul?
Por si no lo has pillado, me refiero a Liam.
Espero que no haya descubierto tu súper caja secreta mega misteriosa.
Y sobre todo espero que no le hayas bañado en tus babas.

Efectos colateralesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora