16 | No hay mal que por bien no venga

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¿Fue un error besar a Maverick? No lo  sé. Pero sí que sé que mentiría si dijera que me arrepiento de haberlo hecho.

No es que mi opinión sobre él haya cambiado lo más mínimo a raíz del beso. Para nada. Sigo pensando que es el ser más insoportable e irritante sobre la faz de la Tierra. Le odio. El mero hecho de saber que respira basta para cabrearme hasta límites insospechados. Discutir con él hace que me sienta extremadamente frustrada e impotente. Todo en él me enfada y me lleva a un callejón sin salida del que no tengo ni idea de cómo escapar.

Quizá por eso besarle fue tan liberador. Necesitaba hacerlo. Necesitaba quitarme ese enorme peso de encima.

De modo que no. No me arrepiento de haber besado a Maverick, por muy surrealista que suene.

Lo malo es que ahora flota en el aire la posibilidad de volver a besarle. Al principio pensé que no era una opción. Pero ahora lo veo como algo aceptable. Si se da la ocasión, no me negaría a un segundo beso. Y soy consciente de que eso haría pedazos la poca dignidad que me queda, pero no puedo evitar pensar así.

No me cabe duda de que lo detesto con toda mi alma. Es un idiota. Y un cínico y un mentiroso. Y puede que besarle no fuera un error, quise hacerlo para poder quitármelo de la cabeza de una vez por todas... Pero tampoco contemplé la opción de que, de hecho, ese maldito beso podría conseguir justo el efecto contrario en mí: que me obsesionase todavía más con ello.

A veces estoy en clase o en el trabajo o simplemente en la cama, a punto de dormirme, y el recuerdo de sus labios sobre los míos asalta mi mente sin previo aviso. Y entonces empieza la Tercera Guerra Mundial en mi cabeza: la Cam que cree que volver a besar a Maverick le traería más problemas que otra cosa contra la Cam que desea que ese beso se repita más que nada en el mundo y a la que tampoco le importaría ir más allá.

Esas dos versiones de mí batallan durante horas y, al final, siempre gana la Cam sensata, la que opina que hacer algo así con Maverick Crawford es un completo despropósito. Pero eso hace que la otra Cam se frustre y se sienta impotente. Y eso me lleva de vuelta a la idea de que el contacto físico con Maverick parece ser un muy buen remedio para esas molestas sensaciones que, de forma indirecta, él mismo me causa.

Es un jodido y enrevesado círculo vicioso.

Y por eso llevo intentando desterrar a Maverick de mis pensamientos desde aquel domingo por la tarde. Aunque, en fin, es obvio no estoy teniendo mucho éxito.

—¿Has hecho los deberes de literatura? —me pregunta Ethan, sacándome de un tirón de mis nada útiles pensamientos.

Estamos caminando por los pasillos del instituto justamente en dirección a esa clase y yo niego con la cabeza casi por inercia.

—Tendré que prestártelos otra vez, ¿no? —bufa mi mejor amigo, quien, a diferencia de mí, siempre hace la tarea, sin importar de qué asignatura se trate.

Yo me encojo de hombros.

—Nah, no hace falta —respondo, despreocupada—. Puedo inventarme las respuestas sobre la marcha. Ya lo he hecho otras veces y el señor Law es tan idiota que nunca se ha dado cuenta. Ayer, sin ir más lejos, tampoco tenía los deberes hechos y...

—Cam —me interrumpe Ethan.

—Sí, ya sé que está mal no hacer los deberes, pero en serio, algunos son tan estúpidos. ¿A quién le importa si Shakespeare rimaba en asonante o en consonante? A nadie además de al señor Law, seguro —resoplo, poniendo los ojos en blanco.

—Cameron —repite Ethan. Yo no soy capaz de detectar el tono de advertencia en su voz.

—Vale, a lo mejor hay más personas a las que les resulte interesante. Pero desde luego yo no me incluyo entre ellas —insisto, riéndome—. De verdad, creo que literatura es una asignatura sin sentido.

Efectos colateralesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora