Mi madre sospecha algo. No terminó de creerse eso de que el viernes por la noche decidí irme a dormir a casa de Debra mientras papá, Duncan y ella cenaban con Margot. Sabe que hay gato encerrado.
No me lo ha dicho, pero la chispa de escepticismo que bailaba en sus ojos cuando le conté aquella mentira fue imposible de pasar por alto.
No obstante, no estoy preocupada por ello.
Es decir, sí, es alarmante que mamá sepa que no he sido sincera con ella. Pero ahora sí que voy a ser honesta: mi madre jamás podría llegar a pensar que esa noche la pasé en casa de los Crawford. No tiene tanta imaginación.
Es más, es que nadie en su sano juicio se atrevería a aventurar que Maverick y yo tenemos... Bueno, lo que sea que tengamos. Y no, no iba a decir «una relación».
En realidad, sigo sin saber cómo llamarlo. Aunque hay algo que sí que tengo claro acerca de este tema y es que lo que estamos haciendo Maverick y yo tiene fecha de caducidad. Por mucho que él afirme que todavía no lo tiene decidido, yo estoy segura de que al final se va a largar a Seattle. Me basta como prueba la vulnerabilidad que iba impregnada en su voz cuando me dijo que, si Valerie se iba, él también. Cree que Val es lo único que tiene.
Y es verdad.
Su hermana es la única que le quiere y que se preocupa por él (tanto como puede hacerlo una niña de diez años, claro).
A mí me trae sin cuidado.
¿Me va a resultar raro que dejemos de vernos? Sí. Pero igual que me pareció extraño que empezáramos a hacerlo. Es lógico, ¿no?
Bah, ¿por qué estoy pensando en él, para empezar?
Supongo que porque no tengo nada mejor que hacer mientras espero a Duncan sentada en la escalinata de la entrada del instituto.
Además, a pesar de que es mediodía hace un frío del demonio y, aunque unos tímidos rayos de sol consiguen colarse entre los nubarrones grises que cubren el cielo de Detroit, no son ni de lejos suficientes para proporcionarme ni un ápice de calor. Así que he tenido que ponerme a pensar en cualquier cosa para no dejarme llevar por la desagradable sensación de que me estoy congelando el culo.
Hace unos minutos todo el mundo estaba correteando por estos escalones e incluso un par de personas han estado a punto de pisarme, pero ya ha pasado demasiado rato desde que sonó el timbre indicando el final de esta jornada lectiva, de modo que ahora mismo las inmediaciones de Somersby están prácticamente desiertas. Soy la única que sigue aquí, a excepción de ese grupito de chicas junto a la verja. También supongo que habrá algún que otro rezagado en el aparcamiento, porque mientras divagaba sobre Maverick he visto algunos coches salir de allí.
Pero ni rastro del viejo Chevrolet de mi hermano.
Siempre nos vamos juntos a casa porque: a) él tiene permiso de conducir y yo no y b) yo odio andar, y más si tengo que hacerlo después de un examen de historia que me ha salido peor que mal (será un milagro si apruebo) y de cinco horas de clase siendo torturada sin piedad por un profesor tras otro.
Nunca nos ha fallado este sistema. Duncan jamás se retrasa (su estricto sentido de la puntualidad tiene esa ventaja), pero está visto que hoy es la excepción que confirma la regla, porque, frustrada, cuando me atrevo a mirar el reloj en la pantalla de bloqueo de mi móvil, compruebo que ya hace más de diez minutos que debería haber venido a recogerme.
En fin, parece que me ha dejado tirada.
Un bufido de exasperación surge de lo más profundo de mi garganta al levantarme de mi sitio. Resignada, no me queda más remedio que bajar las escaleras, pero busco el contacto de mi mellizo en la agenda del teléfono mientras lo hago, decidida a llamarle para cantarle las cuarenta. Si me tengo que ir a patita a casa, lo haré echándole la bronca del siglo a este ser mononeuronal con el que, por desgracia, comparto un altísimo porcentaje de genes.
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Efectos colaterales
Dla nastolatkówCameron y Maverick se odian. Pero a Cameron le gusta Liam, a quien Maverick conoce muy bien. Y a Maverick le gusta Debra, quien es la mejor amiga de Cameron. Así que, cuando Maverick le propone a Cameron aliarse para que ambos consigan salir con su...