29 | Una jodida cuestión de todo o nada

718 63 59
                                    

Maverick gime en mi boca mientras yo le clavo las uñas en la espalda. Nuestras frentes pegadas. El familiar peso de su cuerpo sobre el mío. Él moviéndose dentro de mí a ese ritmo pausado y tortuoso que ha conseguido hacerme terminar hace unos segundos.

Jadea, me penetra un par de veces más y acaba, soltando un gruñido y quitándose de encima de mí para colocarse a mi lado.

Se queda tan cerca que nuestros brazos se tocan. Piel con piel caliente, que va a tardar un buen rato en enfriarse.

Todavía me siento arder por dentro, pero él agarra las sábanas y nos tapa. Se tumba de lado, de cara a mí, y pasa un brazo por encima de mi torso, dejando descansar la mano a la altura de mis costillas.

Le veo cerrar los ojos y me doy la vuelta hacia él, quedando también de costado.

Sonrío sin poder evitarlo. A él ni siquiera le tiemblan los párpados, aunque sé que es imposible que se haya quedado dormido tan rápido.

Pese a ello, pese a ser consciente de que está despierto, no me puedo resistir a apartarle el pelo de la cara. Le recorro el rostro con los dedos, trazando un mapa con líneas imaginarias de los ojos a la nariz, a la boca. Lo memorizo para poder dibujarlo después. También tengo que hacer un retrato de él para esa cosa de la graduación que me encargó la directora Hillenburg.

Me detengo en el lunar sobre el labio superior, me acerco más y dejo un beso ahí. Solo entonces abre los ojos y lo siento sonreír. Le beso en la boca, con cuidado, como hizo él el otro día.

Esta vez no se aparta. Yo tengo el control del beso y no lo doy por finalizado hasta que me canso. E incluso después le beso un poco más, besos más cortos, estúpidos.

Nos quedamos así, acurrucados en su cama, durante lo que me parece una eternidad. Pero no me molesta, al contrario. Si tuviera una eternidad que vivir, no me importaría pasarla entera así.

Me gusta tenerle cerca. Me encanta cómo me hace sentir. Segura, cómoda, deseada. Hasta nuestras peleas me parecen una costumbre que hay que proteger a toda costa.

En otras palabras: estoy jodida.

Se me está yendo la cabeza al empezar a aceptar que todo el mundo tiene razón y que siempre he sido yo quien ha estado equivocada, empeñada en mi absurda negación de la realidad.

Pero no digo nada. Dejo pasar el tiempo, hasta que Maverick se revuelve y cambia de posición, incorporándose sobre un codo para mirarme desde arriba.

—¿Qué significa la F? —pregunta, de la nada. Yo frunzo el ceño, sin entender—. La de tus iniciales.

Oh.

Así que leyó el post-it que le dejé.

—Es mejor que no lo sepas —replico.

Él sonríe de esa forma tan suya.

—¿Eres de ese tipo de personas que se avergüenzan de su segundo nombre? —inquiere, divertido.

—Dijo el chico cuyo nombre de pila es Maverick.

Ni se inmuta ante la ofensa. Será porque ya hemos tenido esta discusión.

—Sabía que no te lo iba a sacar así como así —comenta—. A ver, tampoco hay tantos nombres que empiecen por efe. ¿Florence? ¿Francis? ¿Faith?

Niego con la cabeza. Cualquiera de esos tres suena mejor que el mío.

—Jamás lo averiguarás. Me llevaré el secreto a la tumba —me rio, desembarazándome de las mantas para salir de la cama.

—Subestimas mis capacidades deductivas, como siempre —contraataca él, mientras empiezo a vestirme—. Podría hacer una simple llamada a tu madre y me lo diría encantada.

Efectos colateralesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora