11 | Para presumir hay que sufrir, ¿no?

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Me despierto siendo perfectamente consciente de mi situación. Esta noche tengo una cita con el mismísimo Liam Donovan en carne y hueso.

Anoche apenas pude pegar ojo. Tenía miedo de que, si me quedaba dormida, en realidad me despertaría y me daría cuenta de que todo lo ocurrido hasta entonces no había sido más que un sueño. No podía acabar de creerme que Liam de verdad me había invitado a ir a cenar. Releí su mensaje varias veces y me aseguré de hacerle una captura y solo entonces pude dormir tranquila.

Ahora que me he despertado, en lo primero que pienso es en comprobar que el mensaje y el screenshot siguen ahí.

Estiro el brazo para encender la luz. La repentina claridad me deslumbra y me hace parpadear. Todavía adaptándome a la nueva iluminación, recojo mi teléfono de la mesita de noche.

Entonces percibo que algo se mueve en la puerta de la habitación. Extrañada, dirijo allí la mirada.

Maverick está bajo el umbral de la puerta, apoyado en el marco con los brazos cruzados y clavando en mí sus divertidos ojos marrones.

—¡¿Qué demonios haces ahí?! —le chillo mientras, por pura inercia, agarro las sábanas y me tapo con ellas hasta la barbilla.

—Buenos días a ti también, Pitufina —es lo que contesta, con una de sus enormes sonrisas.

Gruño y le lanzo una almohada, que él esquiva con insultante facilidad.

—¿Tú crees que es normal que me despierte y te encuentre observándome en la jodida puerta de mi habitación? —le espeto, todavía a gritos—. ¡Espero que tengas un buen motivo para...!

—Lo tengo —me corta, haciendo una mueca de dolor por lo mucho que he subido el tono de voz—: nos vamos de compras.

Le miro de hito en hito, segura de que no le he entendido bien a pesar de que ya estoy perfectamente espabilada.

—¿De compras? —repito, incrédula.

—Te dije que te ayudaría a vestirte para tu cita con Liam —me recuerda, poniendo los ojos en blanco y arrastrando las palabras con aire exasperado.

—No necesito ropa nueva —replico, cruzándome de brazos.

Maverick enarca una ceja.

—¿Quieres impresionar a Liam o no?

—Claro que sí —mascullo.

—Entonces no seas quejica y hazme caso. Necesitas ropa nueva. Te espero abajo —añade, despegando la espalda del marco de la puerta y desapareciendo por el pasillo antes de que yo pueda decir nada más.

Todavía tardo un par de minutos en recuperarme del susto, pero cuando lo hago salgo finalmente de la cama con un resoplido. Cambio mi pijama por uno de mis conjuntos habituales: mis Vans altas, leggings negros y una camiseta ancha con estampado de florecitas.

Es mientras bajo las escaleras cuando empiezo a preguntarme quién habrá dejado que Maverick entre en casa y que además haya llegado nada más y nada menos que hasta mi cuarto. Duncan no puede haber sido, porque todavía está acostado.

Descubro al responsable al llegar a la cocina. Mi madre y Maverick están sentados a la mesa, charlando animadamente.

—¿Seguro que no quieres tomar nada, cielo? —escucho que le pregunta mamá al chico. Ella está bebiéndose un café acompañado de unas tostadas.

—No, gracias. Ya he desayunado, señora Hudson —le dice Maverick.

—Bueno, pero que sepas que creo que deberías comer más. Te estás quedando en los huesos —replica mi madre—. Pienso decírselo a Maureen. ¿Cómo está, por cierto? Hace muchísimo que no la veo.

Efectos colateralesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora