14 | Bicho malo nunca muere... Y menos si se trata de Maverick Crawford

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Ha pasado una semana desde el Incidente Muntz y desde entonces las cosas se han puesto un poco raras por el instituto.

En primer lugar, en cuanto Loreen se enteró de lo ocurrido gracias a los rumores y habladurías que empezaron a circular las últimas horas de clase de aquel día, vino corriendo a preguntarme cómo estaba, sintiéndose de algún modo culpable por lo que Owen había hecho, dado que ella llevaba semanas coladita por él. No, yo tampoco lo entiendo. Le dije que no pasaba nada y ella me juró por su cinturón negro de judo que no volvería a mirar siquiera al chico y que no sabía cómo había podido fijarse en un «gilipollas integral como él».

Debra y Caroline también me mostraron su apoyo. Ahora casi nunca me dejan andar sola por los pasillos por si el idiota de Muntz vuelve a decirme algo.

Yo no le tengo miedo. Me habría enfrentado a él yo misma de no ser porque de repente todo el mundo empezó a reírse de mí y eso hizo que me quedase completamente paralizada. Nunca nadie se había metido conmigo por mi aspecto físico. Vale, la mayoría de las chicas, especialmente Margot y sus amigas (incluyendo a Farr, por supuesto) me miran por encima del hombro y a veces sueltan algún comentario insultante. Pero son gestos despectivos tan sutiles que es demasiado fácil ignorarlos.

Lo que dijo Owen no tuvo nada de sutil. Al contrario. Y esa sensación de ser el centro de atención, de saber que todas y cada una de las personas que hay a tu alrededor se están mofando de ti, me dejó bloqueada.

He estado en todo tipo de situaciones humillantes antes (como cuando Maverick me tiró ese maldito cubo de pintura azul por encima o como cuando acabé bañada en kétchup en el trabajo por motivos que prefiero no recordar), pero esos momentos, aunque fueron incómodos para mí, admito que tenían su gracia (¿cómo no te vas a reír de una tía a la que acaban de teñir de azul? ¿Cómo no te va a hacer gracia que la chica que te atiende en el Burger King esté hasta las cejas de kétchup?).

Lo que dijo Owen, sin embargo, no tenía ninguna gracia. Y los que le siguieron la broma lo hicieron con maldad. No me preguntéis cómo, pero pude sentirlo.

No les conté nada a mis padres, pero, obviamente, Duncan acabó enterándose. Mi hermano lleva todos estos días diciendo que como se cruce a Muntz por los pasillos le va a pegar la paliza de su vida, sin siquiera saludarle antes.

Maverick, por otro lado y según me han contado, se está esforzando al máximo para evitar al chico. Incluso me ha llegado el rumor de que ha dejado de ir a clase de historia, que es la única que comparte con Owen. No he podido confirmarlo ni desmentirlo porque apenas he hablado con Maverick. Apenas le veo el pelo por el instituto (supongo que esconderse de Owen tiene el inconveniente de que también tiene que esconderse de todos los demás) y en el trabajo estamos demasiado ocupados como para tener largas conversaciones. Lo poco que nos hemos dicho han sido nuestros insultos de siempre. No hemos tocado este tema para nada.

Pero todo mi entorno habla de él. Sobre todo Ethan, que, en contraste con la opinión de mi hermano de solucionarlo todo con violencia, no ha dejado de insistirme para que vaya a hablar con la directora Hillenburg y se lo cuente todo. Dice que Muntz se merece que lo expulsen y que, como además sería la enésima vez que lo hacen, acabarían echándole definitivamente de Somersby.

Pero yo no soy ninguna chivata ni tampoco quiero más problemas. Lo único que quiero es que todo el mundo se olvide de una vez de lo que pasó.

Por suerte, hoy es sábado y, si el universo me tiene aunque sea un poquito de estima, puede que el lunes todo este asunto sea ya agua pasada. Seguro que en este fin de semana ocurre algún escándalo en alguna fiesta y eso se convierte en la nueva comidilla de los cotillas del insti. Al menos, eso espero.

Efectos colateralesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora