Capítulo 19: Mentiras

122 9 29
                                    

-Díganos, fiscal Kururugi, ¿por qué decidió apoyar al presidente Charles zi Britannia en su campaña? -le había preguntado el presentador Ried.

-Me la está poniendo difícil, reportero Ried. No creo que una pregunta de tal magnitud se pueda contestar debidamente en unos minutos -le había contestado entre risas, mientras se miraba el zapato descansando sobre su rodilla.

-¡No, no! Por favor, tómese su tiempo. No se sienta presionado.

-Bueno, haré el esfuerzo -había hecho una pausa para simular que estaba organizando sus ideas y dándoles forma-. Cuando se trata de las elecciones presidenciales, me digo que hay que votar teniendo en mente lo que necesitamos. Apenas hay, y me duele decir esto, un átomo de protección y de orden en nuestro país. Por las noches nuestras calles se convierten en un teatro de crímenes atroces y por los días madres lloran desconsoladas por la pérdida de sus hijos y nosotros, los funcionarios, no tenemos nada qué decirles, más allá de pedir disculpas por haberles fallado. Creo que nuestros ciudadanos estarán más seguros y se sentirán más optimistas bajo el mandato del presidente Charles. Es un hombre transparente y consciente de lo que vivimos que no duda en tomar las decisiones correctas, sin importar si son difíciles.

-Pero algunos comentan que su relación con el presidente Charles no era tan buena antes de ser aliados y que solo después de eso su nombre empezó a rumorarse entre los candidatos a fiscal de distrito.

-¿Fiscal de distrito? -había repetido, riéndose con escepticismo-. Soy demasiado joven para ser considerado y tendría que ser nombrado primero fiscal jefe de la división central donde trabajo. No pretendo destronar al fiscal Waldstein que apenas fue elegido para el cargo. Tampoco no conocía al presidente Charles hasta este año que se me acercó y me presentó su plan. Pensaba que era un hombre frío e inflexible. Me sorprendió para bien ver el buen hombre que es. Juzgas el carácter de un hombre por su amor a su familia y Charles zi Britannia, ciertamente, vive su lema. Siempre he creído que todavía puede haber hombres buenos, incluso en los rincones más sórdidos del mundo -había declarado con la voz ronca, de súbito, como si estuviera pensando en voz alta- y que si esos hombres deciden hacer del mundo un mejor lugar pueden hacerlo.

Suzaku estaba bebiendo en un bar. El licor que tenía almacenado en casa se le había agotado y a su garganta le urgía algo frío. Dio la casualidad que en la televisión pasaron su entrevista con el presentador Ried. La grabaron hace unos días. Le dijeron que le avisarían cuando iban a transmitirlo. No lo hicieron. O a lo mejor sí le habían dejado un mensaje. Ya no atendía su contestadora. Odió hacerla. Aquella entrevista había sido preparada con el fin de ensalzar la figura del presidente Charles. Memorizó todas sus respuestas. Tan solo en aquel instante se permitió improvisar. Ser él. Le gustó que no lo cortaran. Probablemente el presentador Ried la conservó en la edición final porque era inofensivo. Porque así él parecía más auténtico. No hubiera accedido a prestarse para semejante patraña si esa noche no habría jurado venerar y servir al dios de Pendragón. «Al final, mi esfuerzo dará sus frutos. Tengo que resistir. Tengo que recordarme por qué hago esto. Es por los ciudadanos de este país. Aun si mi propia gente me desprecia». Desde luego, Suzaku no era el único cliente que estaba pendiente el programa. Algunos japoneses se habían sentado en la mesa del fondo y estaban cuchicheando sobre él. No eran demasiado discretos. Desde la barra, alcanzaba a oír cómo lo vituperaba.

-¡Miren! ¿No es ese el Caballero Blanco?

-Caballero Blanco, mis huevos. Es un hipócrita. Dice que trabaja por un país justo y pacífico y apoya a Charles zi Britannia, el xenófobo que quiere remarcar más las diferencias entre los japoneses y britanos.

«Por un país en el que prevalezca la justicia, la paz y la misericordia», los corregía para sus adentros. Suzaku perdonó a sus paisanos ignorándolos. No tenían la culpa: no sabían su plan. En su lugar, también estaría enojado y se hubiera juzgado a sí mismo con igual inclemencia. Suzaku cogió su vaso e ingirió todo de un solo trago duro. El sabor era dulce y amargo como la verdad misma. Le quemó la boca. Le hirvió en la sangre. Reprimió una mueca.

Code Geass: BloodlinesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora