Capítulo 31: Re;sucitado

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—¿Vino?

—Sí, por favor.

Luciano agarró el chardonnay por el cuello de la botella y llenó las dos copas que descansaban sobre la encimera anaranjada. Cogió una de las copas y se la ofreció al presidente Schneizel, que estaba sentado en la barra de la cocina. El presidente realizó un movimiento con la cabeza como muestra de gratitud. Luciano se tendió en el taburete frente a él y cogió su copa. Estaba helada. Perfecta. El vino no había estado fuera de la nevera por demasiado tiempo.

Kewell consiguió arreglar una reunión con el presidente para Luciano en la villa de la familia Britannia el viernes de esa misma semana. Luciano lo propuso. El presidente y sus hermanos habían pasado parte de su infancia en esa casa. Era su estadía para las vacaciones de invierno y verano. Luciano se coleaba con ellos por ser contemporáneos. Conforme fueron creciendo, dejaron de ir y la villa se quedó vacía. Para Bradley, esas paredes no significaban nada. Para el presidente Schneizel, contenía sus memorias más felices. Luciano lo sabía y esperaba que eso produjera algún efecto en él. No tuvo el placer de saborear su estupor cuando supo cuál sería el lugar de reunión; aunque bien pudo imaginárselo. El presidente Schneizel no habría aceptado su ofrecimiento de lo contrario. Desde que había recibido la confirmación, Luciano estuvo contando los días. El vino empapó sus labios al beber un trago. El asesino se relamió.

—Gracias por venir. Temía que rechazaras mi invitación.

—No me costaba nada —expresó el presidente Schneizel amagando una sonrisa amable. Los perspicaces ojos lilas del empresario revolotearon por derredor—. No puedo omitir la ocasión de hacerte un cumplido, además. Elegiste un buen punto de encuentro.

—¿Recuerdas que solíamos jugar a príncipes y caballeros, aventureros en la selva, bucaneros de altamar y cazadores de tesoro aquí? —le preguntó correspondiéndole con igual sonrisa—. Bueno, tú, Cornelia y Odiseo jugaban; yo los observaba desde allá. No muy cerca —corrigió señalando con la barbilla el primer peldaño de la escalera.

El presidente Schneizel entornó los párpados. Su mirada fue de su interlocutor al escalón. A unos metros, hacia el sur, estaba un sofá modular. Al presidente Schneizel y a sus hermanos les gustaba jugar en la sala en los días de lluvia en verano o las nevascas en invierno. Era el cuarto más espacioso de la villa y los muebles estaban sujetos a su voluntad y su imaginación. Los niños colgaban una sábana en el sofá y disimulaban que era un castillo fortificado o una cueva, según decidieran. Durante las tormentas nevadas, asentaban un campamento, se traían consigo golosinas y linternas, se sentaban en semicírculo rodeados de almohadas y contaban historias de terror. Al mejor lo premiaban con el tarro de galletas de la cocina. Schneizel casi siempre ganaba, pero, aun así, regalaba algunas de sus galletas a sus hermanos.

—Ni tan lejos. Te mantuviste en una distancia lo suficientemente estrecha para acudir en mi ayuda por si te necesitaba —añadió el presidente Schneizel—. Lo lamento, Luciano. No dejo de pensar que la situación degeneró por mi culpa. Si no hubiera apelado a tu protección, no te habrías transformado en...

El presidente Schneizel enmudeció. Bajó la vista, como si le sorprendiese ver que tenía una copa de vino en la mano. No había ingerido ni un solo trago. Luciano iba por el quinto.

—¿En qué? —terció, impaciente—. ¿En un monstruo? ¡Bah! Desde que he trabajado para tu padre y para ti, he estado en mi salsa, ¿así es que se dice? ¡En fin! —soltó manoteando en el aire—. ¿Te acuerdas cuando me ordenaste disfrazarme de Zero y matar a Diethard? ¡Eso fue divertido! —comentó Luciano adoptando nuevamente aquel tono casual. Parecía que estaban discutiendo de qué iban a cenar—. ¿O qué tal la vez que me autorizaste matar al imbécil de Lamperouge si lo encontraba? No esperaba que fueras a darme tu permiso, si te soy honesto.

Code Geass: BloodlinesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora