Capítulo 33: La espada de Damocles

40 5 10
                                    

Cuando Marianne se enteró de que estaba embarazada la primera vez, se desgañitó loca de la incredulidad. ¡¿Cómo pudo ocurrirle esto?! Tenía colocado el DIU. El método anticonceptivo más duradero y práctico. Y, por tanto, el más efectivo. El más recomendado, además, por su prescindencia del control anticonceptivo. Por cuatro años le había funcionado de maravillas. ¡¿Por qué demonios su caso se había convertido en ese raro 1% de posibilidad de que el óvulo saliera fecundado?! «Ningún método es totalmente infalible», le había susurrado una vocecita irritante en su cabeza. Por desgracia, era verdad. Había leído que el DIU podía ser expulsado por contracciones musculares, por un fuerte flujo menstrual y en casos excepcionales por una evacuación. Marianne descargó toda su ira y su frustración haciendo un enorme destrozo en «su nidito de amor», que era como se refería cariñosamente al lujoso apartamento que Charles le había comprado. Charles la encontró llorando media hora después. Huelga decir que quedó horrorizado por el estado de la sala. Marianne le había enviado al menos unos diez mensajes ya que cada vez que intentaba contactarlo la llamada se caía. Tal vez él estaba en una reunión de la cual no podía salir. «¡Marianne! ¿Qué pasó?», le había preguntado su amante alarmado. «¡Oh, no es nada, osito mío! Solo estoy embarazada», le había contestado Marianne con una sonrisa. Lucía fea. Estaba segura. Sentía que el delineador estaba escurriéndosele por debajo de los ojos llorosos. Así que tenía que cubrir las apariencias como mejor podía.

Charles se lo tomó bien sorprendentemente. Lo emocionaba concebir un hijo con la mujer que amaba. Lo llamaba «nuestro feliz accidente» mientras desconocían el sexo de la criatura. Era su broma privado. «Feliz» no era el adjetivo que Marianne hubiera usado. Charles no iba a sufrir fatiga, tampoco iba a experimentar cambios hormonales ni de humor, no iba a tener migraña, no iba a vomitar ni a marearse, no iban aumentar sus ganas de orinar ni se le iba a hinchar el vientre, tampoco iba a sentir al parásito moverse dentro de su cuerpo. El futuro de Charles no se iba a ir a la mierda. Él tenía prácticamente la vida hecha, como se dice. Había amasado una gran fortuna. Su carrera estaba en su apogeo. Tenía cuatro preciosos hijos y un matrimonio estable (en la superficie). Marianne, en cambio, era una joven huérfana con determinación y muchas ganas de engullirse al mundo de un bocado. Una veinteañera que tenía un prometedor camino por delante. No estaba lista para ser madre y tal vez no lo estaría jamás. Ni siquiera se había visualizado en ese papel.

Marianne tomó una medida desesperada: abortar. Sin embargo, el feto resistió a todos los intentos de Marianne. Era como si se hubiera aferrado a su útero con sus garras y dientes, lo cual era imposible porque los fetos no tienen uñas ni dientes. «Tiene una feroz voluntad para vivir. ¡Es un sobreviviente!», observó Marianne no sin cierto cinismo mezclado con frustración para cuando se resignó a tener el hijo de Charles. «Nuestro pequeño rebelde» lo rebautizó Marianne y por ese apodo se refirió al feto hasta que la pareja le dio un nombre. Charles siempre ignoró el origen del apodo. Ella nunca le reveló la locura que estuvo a punto de cometer. Él jamás la hubiera perdonado. «De vez en cuando, se tienen que guardar secretos por el bien de una relación». No era el primer secreto que mantenía de Charles.

Marianne concordaba con su amante con que su hijo debía recibir un nombre que fuera único en su especie. Pensó llamarlo «Lelouch» en caso de que fuera un niño. Era la fusión de dos palabras francesas. Podía entenderse de varias maneras. «El astuto». «El sombrío». «El raro». «El sórdido». «El bizco». Charles no sabía eso. Marianne, sí. Ella nunca llegó a contarle cuál fue su intención al nombrar así a su hijo. En ese entonces Marianne deseaba que el bebé fuera varón. Eso fue a mediados del embarazo. «Así, al menos, sería libre. Su vida no se estancaría si tiene un hijo». En la recta final, Marianne ya quería al parásito fuera de su vientre. No por las razones que el lector tal vez está pensando. Tenía simple curiosidad. Quería saber cómo era. Quería saber qué era ser madre.

Code Geass: BloodlinesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora