Cuando la ciudad quiso conmemorar el quincuagésimo aniversario de la muerte de Michele Manfredi inaugurando una exposición, se sabía que la invitada de honor debía ser Euphemia li Britannia, la hija menor del magnate Charles zi Britannia. La persona más poderosa y quizás la más influyente de Pendragón. A la muchacha siempre le había fascinado apoyar todo tipo de actividades sociales, pero las galerías de arte eran especiales y al llegar a sus oídos tal noticia: no dudó en aceptar. La asistencia al evento fue entusiasta, como cabía esperarse, pues muchos ansiaban conocer e intercambiar palabras con Euphemia.
Aunque el apellido Britannia permanecía en la consciencia colectiva de la gente desde hace cinco décadas y cada cuando salía una novedad relacionada en los portales digitales, las redes sociales, la prensa y la televisión; parecía que un aura mítica los envolvía a tal punto de que daba la impresión que los Britannia eran unas divinidades que caminaban entre mortales. Desafortunadamente, el estatus de un Britannia le traía muchos inconvenientes a Euphemia. Fue por este motivo que ella no había podido disfrutar la exposición. Cada tanto debía detenerse y hablar con las personas y era demasiado amable para dar una excusa y marcharse. Luego de despedirse de una pareja, se escabulló por un pasillo.
Llevaba un largo tiempo paseando por los entramados de la exposición, admirando el paraíso pictórico en el que estaba cuando la invadió un irresistible deseo de volver a pintar, de tomar los pinceles, remojarlos en acuarelas y de acariciar el lienzo con ellos. Lo que más le gustaba de eso era sorprender a Cornelia con sus dibujos y a ella, claro, le gustaba cuando su hermana menor pintaba. Euphemia notó que había algunas personas buscándola, por lo que sutilmente se dio la media vuelta para irse a otra parte cuando...
—¡Oye! Puedes ver, pero no tocar. Te estoy vigilando, amigo, y si observo que lo haces otra vez: te echaré de la exposición —advirtió un guardia.
Se lo estaba diciendo a un hombre que estaba parado frente a una pintura.
Euphemia lo había visto con anterioridad en dos de sus numerosas vueltas. Desde que llegó a la exposición, lo único que había hecho era instalarse allí y entregarse al delicioso ejercicio de la contemplación. Intrigada por saber qué lo había cautivado, la joven heredera se acercó sigilosa. Estaba admirando El Ángel Caído, de Alexandre Cabanel. Uno de los tantos cuadros emblemáticos que fueron traídos expresamente para la exposición. La obra dirigía la atención del espectador a su figura central: Lucifer, el príncipe de las tinieblas. El modo que Cabanel había decidido pintar al ángel permitía apreciar la belleza del cuerpo masculino: los músculos marcados, el torso esculpido, la pierna extendida, los brazos levantados y los dedos enlazados ocultaban la mayor parte de su rostro, mas no su mirada llena de ira y de desprecio. Sus alas eran mucho más oscuras que las de los otros ángeles que volaban lejos de él. Eran el estigma del pecado. Euphemia había observado este cuadro varias veces y pese que le gustaba la luz difuminada por toda la composición, la espectacularidad del colorido y el trabajo de la anatomía, no lo consideraba una de sus obras favoritas. Ni siquiera la mejor del artista.
—¿Qué es lo que le fascina tanto de esta pintura? —preguntó Euphemia, resuelta a resolver el misterio.
—¿A usted qué le parece? —cuestionó, a su vez, el extraño—. ¿Qué ve en ella?
—Rabia contenida y soberbia. Se trata del momento después de que Lucifer es expulsado del cielo, ¿verdad?
—Por supuesto, pero lo sabe porque leyó la descripción de la gran batalla de los cielos en el Apocalipsis o el poema épico de John Milton, en el que tomó inspiración Cabanel para pintar esto ya que en la Biblia es una referencia vaga lo que tenemos. Por cómo intenta taparse, veo vergüenza. Pero me parece significativo que sus ojos queden descubiertos: es una muestra de orgullo y frustración teniendo en cuenta las lecturas. Y, además, veo dolor reflejado en ellos: Lucifer era el más bello de los ángeles y el más listo, su orgullo y su ambición lo condujeron a la condena eterna. Por un lado, había perdido la gracia y había sido desterrado para siempre de su hogar. En adelante tendría que vivir en el infierno y sufrir. Por el otro lado, está Dios, su padre, algo que nunca lo mencionan, aunque he tenido curiosidad, ¿a él le habría dolido exiliar a su hijo? Siendo tan poderoso, ¿no pudo impedir que esto acabara así para él? ¿No había otro castigo? Seguramente Lucifer se sintió abandonado por su padre en ese momento.
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Code Geass: Bloodlines
FanficLelouch Lamperouge era apenas un niño cuando su familia fue destrozada delante de él por orden de Charles zi Britannia, el presidente de Britannia Corps, la empresa más poderosa de Pendragón. Diecisiete años después, Lelouch regresa a su ciudad de o...