Capítulo 41: El corazón quiere lo que quiere

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Kallen despertó en posición fetal sobre un sofá circular de terciopelo de color borgoña en el que había una buena cantidad de cojines blancos. «¿Dónde estoy?». Con miras de tener una mejor perspectiva, pasó a sentarse. Los movimientos graves y rígidos de las extremidades le hicieron constar del entumecimiento de sus músculos. «¿Cuántas horas estuve dormida?». A duras penas se enderezó, una cobija de lana rodó fuera de su cuerpo. «¿Quién me arropó?». Kallen esparció la mirada legañosa por derredor. Estaba en una pieza más o menos espaciosa. A lo largo de las paredes sobre las cuales estaban colgados varios cuadros que tenían la pinta de ser originales y entre los distintos elementos del mobiliario, estaban dispuestos pedestales que sostenían figuras de madera y de piedra. Las inmensas cortinas de rubí de la pared lateral derecha habían sido corridas totalmente para proporcionar una apabullante vista de perfil de Pendragón. La luz del crepúsculo se derramaba en haces oblicuas sobre la alfombra esponjosa y felpuda de color blanco lechoso que forraba el piso. Al fondo, Kallen notó que había un bar junto a unas licoreras del tamaño de las paredes. A la izquierda había un librero.

Empero el foco principal de la habitación estaba en el centro, rodeado por un juego de sofás. Una maqueta que recreaba en miniatura un pedazo de Pendragón. La riqueza en detalles de la maqueta ayudó a Kallen a reconocer enseguida cuál era el distrito. Lucía diferente de cómo lo recordaba. Tardó unos minutos en descubrir que había cambiado. Había sido reconstruido. Estaba ocupado por un complejo lujoso de carácter expresionista compuesto en su mayoría por rascacielos. La maqueta tenía un motor eléctrico ya que un gracioso tren viajaba en sus rieles por todo el complejo partiendo desde la estación ferroviaria. La maqueta del complejo evocó el recuerdo en Kallen de la maqueta del castillo que Lelouch solía tener en su propia oficina. De hecho, ella se acordó que él le había contado sobre los planes de Britannia Corps y le había mencionado algo al respecto. El Damocles era la mayor obsesión del presidente Schneizel. Se hizo la luz de improviso. «Hablando del rey Roma...». El presidente en persona se había materializado en el cuarto.

—Me complace encontrarla admirando mi pequeño tesoro, Srta. Stadtfeld. Estoy seguro de que mi hermano le habrá hablado de El Damocles, ¿de casualidad, conoce el mito? —indagó. Ante el mutismo de Kallen, él le dirigió una de sus sonrisas destructoramente amables—. La historia trata de un hombre llamado Damocles. Un miembro de la corte del rey y un adulador que en secreto envidiaba los lujos y comodidades del rey. Un día las adulaciones impregnadas del veneno de la envidia llegaron hasta los oídos del rey. Con lo cual, planificó una estrategia para escarmentarle. Él le ofreció intercambiar roles por una noche para que pudiera disfrutar los placeres que tanto envidiaba. Inevitablemente, Damocles tuvo que aceptar la oferta de su majestad. Se organizó entonces un enorme banquete en honor a Damocles y él gozó de todos los privilegios de su título temporal. Todo estaba perfecto hasta que miró hacia arriba y reparó en una espada afilada que pendía sobre su cabeza, atada por un solo crin de caballo. No solo Damocles perdió el apetito. También el deseo virulento de ser rey. De inmediato pidió parar el experimento. El temor de que la espada cayera sobre él y le abriera la cabeza era demasiado difícil de manejar. Y así me he sentido todos los días desde que soy el presidente de Britannia Corps. Cada vez que me he sentado en el trono de sangre que he heredado, siento la sombra de una espada cernirse sobre mí. Incluso a veces creo visualizarla cuando levanto mi cabeza —admitió. El presidente Schneizel remató la frase alzando los ojos—. Mi tío Víctor me contó este mito griego durante mi niñez para enseñarme una lección sobre la otra cara del privilegio y decidí dar el nombre del mito a mi proyecto para no olvidar nunca las implicaciones del peso de la corona.

La mirada del hombre siguió fija en el techo. Kallen frunció el ceño. «¿Qué había interesante allí?». Motivada por la curiosidad, elevó los ojos y ellos se toparon con una lámpara de araña de latón tambaleándose sobre ambos. El viento que entraba discretamente por los ventanales era el responsable de moverla. El suave balanceo de la lámpara era hipnotizante. Ella podía quedarse observándola y entrar en un estado de relajación. Excepto si hubiera un terremoto. En tal caso preferiría que su cabeza estuviera lejos de esa cosa monstruosa. A la pelirroja le pareció excesivo. Ya había una tradicional lámpara de araña de cristal en el salón de fiesta, otra en el recibidor enfrente de las escaleras y una más en el comedor. ¿Por qué poner otra en ese cuarto? Lelouch tenía razón al decir que los Britannia estaban podridos en el lujo.

Code Geass: BloodlinesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora