Capítulo 8: Pecado

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Villetta examinaba las imágenes de CCTV que su equipo decomisó de una de las gasolineras cercanas al incendio. En ellas se observaba al Dr. Asprius llenando de gas los contenedores de su automóvil. Cada diez segundos volteaba la cabeza de un lado a otro, apoyaba la mano contra el muro y se enderezaba una y otra vez, en lo que esperaba que terminara. Había leído esas expresiones cientos de veces en asesinos novatos. El vídeo tenía la fecha del día del siniestro, lo que la conllevó a pensar que no fue un crimen premeditado.

Con toda la evidencia reunida hasta ahora, Villetta pudo obtener los registros de compra. Pagó ciento cincuenta con su tarjeta de crédito. Lo curioso era que un automóvil del modelo que manejaba él necesitaba solo cien. Incluso si era una evidencia circunstancial, era muy sospechoso que comprara gasolina extra y justo treinta minutos antes del incendio. En su experiencia, había aprendido que era habitual que los pirómanos se quedaran en las escenas del crimen para contemplar su obra. Ya había mandado obtener una copia de vídeo del incendio. Si Asprius fue capturado en unas de esas imágenes, su arresto era oficial. De momento estaba buscando un ángulo que permitiera ver la matrícula de su auto. Cuando creyó percibir algo, congeló la imagen y la aumentó. Villetta se inclinó sobre la computadora y memorizó la matrícula. Se levantó de golpe.

—¡Lo tenemos! ¡Muévanse! —exclamó a viva voz, mientras se colocaba su abrigo.

Los oficiales abandonaron todo lo que hacían y siguieron a su superior fuera de la comisaría.

Los oficiales abandonaron todo lo que hacían y siguieron a su superior fuera de la comisaría

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Lelouch rondaba los diecisiete años cuando se dio cuenta del inmenso poder de la seducción. Antes, no podía menos que sentirse envanecido y, a su vez, un tanto confundido por los elogios que escuchaba y los suspiros que arrancaba de las muchachas. No fue sino hasta ese punto en que lo sometió a consideración. La seducción no era solo un medio para el placer. Era un arte que entrelazaba el carisma y las palabras. Era un arma más efectiva que la violencia y con la que podía granjearse favores y conseguir oportunidades. Y, como todo arte exige ser trabajado, comenzó a instruirse pasando su tiempo con mujeres para averiguar sus deseos, sus gustos y cómo podría complacerlas de la mejor forma.

Claro que la elocuencia no lo era todo. El sexo fue otra historia. Decidió que su primera vez fuera con una chica hermosa y tan virginal como él por la cual sentía cierto afecto, para así evitarse ser juzgado y librarse de expectativas. Aun si el acto fue para iniciarse de una vez por todas, la elección fue completamente sentimental. Después estuvo con mujeres al azar y putas. Fue perfeccionando sus técnicas con cada nuevo encuentro movido, en parte, por una sorpresiva curiosidad «científica», y, en parte, por su naturaleza meticulosa. Fue gracias a eso junto a su encanto y amabilidad que se convirtió en un amante ideal o si no, al menos, era lo que le gustaba creer de sí mismo, no sin cierto orgullo.

Lelouch estaba de pie delante de la ventana bebiendo un coñac. Sus ojos violáceos reflejaban el movimiento del tráfico. Las luces de Pendragón resplandecían sobre su pecho desnudo. De repente, él escuchó un ruido. Era su acompañante dándose la vuelta en la cama. Había echado un sedante en la copa que le sirvió con el pretexto de que sería parte del juego previo. La pobre cayó rendida antes de que se bajara los pantalones. Tuvo que drogarla: el sexo consumía sus energías y no era seguro si esa noche tenía que salir como Zero. Las necesitaría, en ese caso. De cualquier modo, tenía su coartada y ya estaba estableciendo su reputación de playboy.

Code Geass: BloodlinesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora