Capítulo 36: Máscaras (parte I)

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«El hombre no es él mismo cuando habla en su propia persona. Dadle una máscara y te dirá la verdad» (Oscar Wilde)

El presidente Schneizel fue el desafortunado que descubrió el cadáver de su padre en el baño un poco más de la medianoche. De inmediato, contactó a emergencias. A eso de la una de la madrugada, llegó la policía y precintó el dormitorio y el baño del presidente honorario. Entre tanto los forenses recogían evidencias, los sirvientes y los hijos del difunto se reagruparon en el jardín y los interrogó el detective Asahina. Él fue considerado y formal, al mismo tiempo. Había hecho esto miles de veces. Sabiendo que todos estaban cansados y afectados, empleó eso a su favor y prometió dejarlos ir en cuanto acabaran. Solicitó su cooperación para agilizar el procedimiento. Todos contribuyeron con buena disposición. En parte ayudó que estaban familiarizados con las preguntas y sabían cómo actuar. La escena era un déjà vu espantoso. Apenas habían transcurrido unos meses desde el asesinato de Euphemia, el cual casualmente también pasó en la mansión. Los crímenes sangrientos estaban persiguiendo a los Britannia.

El forense autorizó que se trasladara el cuerpo a la morgue pasada las seis horas. El detective observó con especial atención las reacciones de los hermanos mientras estaban sacando de la mansión al cadáver en una camilla. Dado que los tres eran la familia y los dueños de la casa, el detective los había interrogado de primero. El presidente Schneizel contó que estaba en el estudio trabajando cuando a sus oídos llegó un prolongado grito insólito, terrible y lejano que lo hizo suspender en el acto su actividad. Añadió que fue a comprobar qué todos estaban bien y fue así como sorprendió a su padre muerto. La directora Cornelia, por su parte, dijo que no podía dormir, por lo que se puso a leer en su cama con la esperanza de que el sueño se posara sobre sus ojos eventualmente. También escuchó ese alarido que describió como espeluznante y salió de su cuarto para buscar su procedencia. Se topó con una de las mucamas en el pasillo que le reveló que su padre había sido asesinado. Por último, el presidente Lelouch reconoció que el grito provino de él. Había tenido una pesadilla. Recalcó que estas solían asaltarlo luego de emborracharse. Estaba intentando controlar el nerviosismo que lo poseía y lidiando con la resaca, cuando tocaron a su puerta para notificarle la desgarradora noticia. Solo el presidente Schneizel tocó el cuerpo. Sus hermanos habían sucumbido al poder aplastante del horror. Los testimonios de los demás sirvientes tampoco aportaron demasiado a la investigación. Estaban ocupados en sus asuntos o dormidos y se despertaron al correrse la voz sobre la muerte del presidente Charles. Nadie avistó ni oyó nada fuera de lo ordinario, salvo el grito de Lelouch. Eso era lo único que tenían en común los relatos. Desde luego, uno de los sospechosos estaba mintiendo. Si ningún extraño fue, el asesino era un residente de la mansión y tenía que serlo, pues esperó que todos se acostaran para ir a la habitación del presidente. El asesino conocía las rutinas de los residentes de la mansión. Era señal de un crimen premeditado. Para lo que el detective Asahina no tenía una respuesta ni la más mínima corazonada era el hecho de que el presidente Charles estuviera en el baño cuando no podía abrir los ojos. Supuestamente. Era un misterio para los empleados y los hijos. Los mismos que respondieron a sus preguntas con una ligera turbación y dieron sus muestras.

Regresando al presente, el presidente Schneizel y la directora Cornelia estaban juntos. Él la había envuelto en un abrazo reconfortante. Al pasar la camilla a su lado, el detective Asahina advirtió que el presidente Schneizel frotó con cariño el hombro a su hermana. Observó que el subibaja de su pecho había acelerado ligeramente. El presidente Lelouch, por otro lado, se encontraba marginado. Cualquiera que lo evaluara con detenimiento se percataría que llenaba varias de las casillas de los síntomas de un resacoso. La palidez enfermiza, el ribete rojo que adornaba su ojo, la capa brillante y viscosa que se extendía por su piel, el párpado cerrándose y abriéndose sin cesar ante la exposición de las luces de los vehículos y el jardín, el constante paso de la lengua por sus labios. Todo confirmaba su testimonio, efectivamente. El detective no se quedó mirándolo por un largo rato. Había algo en el presidente Lelouch que le resultaba siniestro. Quizás era esa pupila que rebotaba nerviosa de un lado a otro. Extraño. Aunque no tan extraño como la actitud indiferente de los hermanos mayores hacia el pequeño. Esto era el odio en su máximo esplendor y los hermanos no se molestaban por maquillarla con cortesía aprovechando que su padre estaba muerto. Irónicamente, este era el gesto más real que había visto el detective desde que estaba en la mansión. Basándose en todos sus años de experiencia podía afirmar que sus maneras y sus voces estaban afectadas. Algo ocultaban.

Code Geass: BloodlinesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora