xii. recklessness or courage?

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xii. ¿imprudencia o valentía?

          EN CIERTO MODO, ES LINDO SABER QUE HAY DIOSES GRIEGOS ALLÁ AFUERA, porque tienes a alguien para culpar cuando las cosas salen terriblemente mal

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          EN CIERTO MODO, ES LINDO SABER QUE HAY DIOSES GRIEGOS ALLÁ AFUERA, porque tienes a alguien para culpar cuando las cosas salen terriblemente mal. Por ejemplo, cuando te alejas de un autobús que recién ha sido atacado por una monstruosa vieja y sus dos monstruosas amigas, quemado por un rayo mandado por el señor de los Dioses, y, además, estaba lloviendo casi al punto de la inundación, la mayoría de los mortales culparían a su terrible suerte; en cambio cuando eres un mestizo, tienes más que claro que alguna fuerza divina realmente intenta arruinar tu día.

Así que ahí estaban, Annabeth, Grover, Percy y Astrid, pasando en medio del bosque a lo largo de la rivera de New Jersey, el resplandor de la ciudad de Nueva York poniendo amarillo el cielo de noche detrás de ellos, y el olor del apestado Hudson en sus narices.

Grover estaba temblando y rebuznando, sus grandes ojos de cabra se volvieron rendijas de pupila y llenos de terror.

—Tres Furias. Tres de una sola vez.

—Cállate.—contestó Astrid con mal humor, pero tenía sus razones, estaba mareada, herida y hace unos pocos minutos atrás habia empezado a ver puntos negros con formas de animales.

Los oídos aún les zumbaban por el impacto del rayo, pero Annabeth los seguía arrastrando por todo el bosque diciendo:

—¡Vamos adelante! Mientras más lejos lleguemos mejor.

—Todo nuestro dinero estaba ahí.—les recordó Percy.—Nuestra comida y nuestra ropa. Todo.

—Que pesimista eres. Todo un rayo de sol.—murmuró sarcástica la pelirroja, le dirigió una mirada feroz.—Tal vez si no hubieras metido tu culo en este lío, esto no habría pasado. Y para que sepan, yo fui inteligente y mi mochila está sana y salva, aquí conmigo.

—¿Disculpa?

—No te voy a perdonar.—le espetó.—Me tienen harta todos.

Annabeth rodó los ojos y Grover solo se encogió acostumbrados a su humor, en cambio Percy la vio con confusión.

—¿Y que querías que hiciera? ¿Dejar que te mataran? ¿Dejar que los mataran?

—Para que sepas, yo me puedo proteger sola, muchas gracias.

—Si, eso veo.—replicó señalando sus múltiples heridas que hasta ahora Astrid había disimulado muy bien.

—Cállate, joder.—le susurró la pelirroja.

Annabeth se volteó como el exorcista a inspeccionarla con la poca luz que había.

—¡Maldición, Adelaide!—le gritó enojada.

—¿Adelaide?—dijo Percy con una sonrisa creciendo en su rostro.

—Es su segundo nombre.—contestó Annabeth sin darle importancia, le arrebató la mochila de la espalda a Astrid y empezó a hurgar en ella.

DANDELIONS, percy jacksonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora