prólogo.

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EN LAS SOMBRAS ACECHABAN DOS MESTIZOS AGAZAPADOS: Luke, de unos catorce años, y Thalia, de doce. Luke empuñaba un cuchillo de bronce en cada mano, mientras que Thalia sostenía su lanza y un terrorífico escudo. Delgados y hambrientos, sus ojos reflejaban una mirada salvaje.

—¿Estás seguro? —preguntaba Thalia.

Luke asintió.

—Siento algo allí, al fondo. Lo presiento.

En ese momento, resonó un estruendo en el callejón, como si alguien hubiera golpeado una plancha de metal. Luke y Thalia avanzaron con sigilo.

Se encontraron frente a un montón de cajas viejas apiladas en una plataforma de carga. Se acercaron con las armas preparadas. Una plancha metálica temblaba como si hubiera algo detrás.

Thalia miró a Luke. Él contó hasta tres y, de repente, apartó la plancha. Dos niñas saltaron sobre él, una con un martillo y la otra con un desarmador.

—¡Vaya! —exclamó Luke.

La primera niña tenía el pelo rubio y enmarañado, y llevaba puesto un pijama de franela. La otra tenía una larga cabellera pelirroja y enredada, y vestía una camiseta larga que le llegaba hasta las rodillas, junto con unos pantalones de mezclilla. No debían de tener más de siete años, pero si Luke no hubiera sido tan rápido, le habrían hecho daño.

Luke sujetó firmemente la muñeca de la pequeña pelirroja, mientras Thalia agarraba a la niña rubia por el pijama. El martillo y el desarmador se les escaparon de las manos y cayeron al suelo, produciendo un ruido sordo.

Las niñas forcejeaban y pataleaban.

—¡Basta, monstruos! ¡Déjenos! —gritaba la pelirroja. —¡Voy a golpearlos hasta convertirlos en una montaña de polvo!

—¡Cálmense! —Luke luchaba por contenerla. —Thalia, guarda el escudo, las estás asustando.

Thalia, como pudo, dio unos golpecitos al escudo Égida, que se encogió hasta convertirse en una pulsera de plata. Luego, se acercó a Luke aún sosteniendo a la niña rubia por el pijama.

—Ey, tranquilas —les dijo—. No les haremos daño. Yo soy Thalia. Y él es Luke.

—¡Son monstruos! —gritó la pequeña niña rubia.

—No —les aseguró él—. Aunque conocemos mucho sobre monstruos. Nosotros también luchamos contra ellos.

Poco a poco, las niñas dejaron de forcejear y examinaron a Luke y Thalia con sus ojos grises, tan tormentosos, enormes e inteligentes, y esos ojos verdes como esmeraldas, feroces y audaces.

—¿Son como nosotras? —preguntó la niña pelirroja, desconfiada.

—Sí —dijo Luke—. Bueno, es un poco complicado de explicar, pero combatimos contra los monstruos. ¿Dónde están sus familias?

—Mi familia me odia. No me quieren. Nos escapamos —dijo la pelirroja, con voz susurrante y ojos cristalinos.

Thalia y Luke intercambiaron una mirada. Podían identificarse un poco con esas palabras.

—¿Cuáles son sus nombres? —preguntó Thalia.

—Annabeth.

Thalia y Luke se giraron para mirar a la pelirroja, esperando su respuesta. La pequeña parecía insegura de decir su nombre y observaba con cautela a los dos extraños que habían irrumpido en su campamento. Sin embargo, finalmente, ante la mirada insistente de su amiga, lo pronunció.

—Astrid.

Luke sonrió.

—Bonitos nombres. Verán, Annabeth y Astrid... son muy valientes. Nos vendrían bien dos luchadoras como ustedes.

Annabeth y Astrid intercambiaron una mirada, sus ojos brillaban con esperanza y adoración al fin tener una familia que las cuidara. Ya no estarían solas.

—¿De verdad? —preguntó Annabeth, con ilusión y felicidad en su voz.

—Claro que sí —contestó Luke, dándoles la vuelta a dos cuchillos y ofreciéndoles las empuñaduras—. Les gustaría tener un arma de verdad para enfrentar a los monstruos. Esto es bronce celestial, funciona mucho mejor que un desarmador o un martillo.

Annabeth y Astrid inspeccionaron las empuñaduras.

—Los cuchillos son aptos solo para los luchadores más rápidos y valientes —les explicó Luke—. No tienen el alcance ni la potencia de una espada, pero son fáciles de ocultar y pueden encontrar puntos débiles en la armadura de un enemigo. Se necesitan guerreros astutos para manejar un cuchillo. Y tengo la sensación de que ustedes son bastante astutas.

Annabeth y Astrid lo miraron con admiración repentina.

—¡Lo somos! —exclamaron las pequeñas al unísono.

Thalia sonrió.

—Será mejor que nos pongamos en marcha. Tenemos un refugio en el río James. Les conseguiremos ropa y comida.

—¿Están seguros de que no nos llevarán de vuelta a nuestras familias? —preguntó Annabeth, dudosa, lanzando una mirada fugaz a su amiga, preparada para agarrarla y huir si fuera necesario—. ¿Nos lo prometen?

Luke puso una mano en el hombro de cada una.

—Ahora forman parte de nuestra familia —les aseguró el rubio—. Prometo que no permitiré que sufran más daño. No voy a fallarles como nuestras familias nos han fallado a nosotros. ¿Trato hecho?

—¡Trato hecho! —gritaron las dos niñas, con los ojos brillando de emoción y esperanza.

Thalia y Luke se miraron en silencio, tomando una decisión en ese mismo instante. Cuidarían de esas niñas. Después de todo lo que habían pasado con Halcyon Green, parecía ser el destino. Habían presenciado la muerte de un semidiós por ellos. Y ahora, se encontraban con dos niñas pequeñas, como si fuera una segunda oportunidad.

Ay, Luke. Si tan solo hubieras cumplido tu promesa.

Si las Moiras fueran justas, no habrían permitido este encuentro.

Si las Moiras fueran justas, esos dos semidioses con un horrible destino por delante no se habrían cruzado con esas dos pobres niñas. Las pequeñas habrían permanecido allí hasta que el sátiro, que estaba a unas cuadras de distancia, las encontrara y las llevara al campamento a salvo.

Si las Moiras fueran justas, la pelirroja tal vez sería una niña feliz con un pasado trágico.

Pero las Moiras no eran justas, y Astrid Adelaide Prewett tendría que aprenderlo de la peor manera posible.

Pero las Moiras no eran justas, y Astrid Adelaide Prewett tendría que aprenderlo de la peor manera posible

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DANDELIONS, percy jacksonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora