xxv. like father, like daughter

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xxv. de tal palo, tal astilla.

          UNA LANCHA GUARDACOSTAS LOS RECOGIÓ, pero estaban demasiado ocupados para retenerlos mucho tiempo o preguntarse cómo cuatro chicos vestidos con ropas de calle habían aparecido en medio de la bahía

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          UNA LANCHA GUARDACOSTAS LOS RECOGIÓ, pero estaban demasiado ocupados para retenerlos mucho tiempo o preguntarse cómo cuatro chicos vestidos con ropas de calle habían aparecido en medio de la bahía. Había que ocuparse de aquel desastre. Las radios estaban colapsadas con llamadas de socorro.

Los dejaron en el embarcadero de Santa Mónica con unas toallas en los hombros y botellas de agua en las que se leía "¡Soy aprendiz de guardacosta!" Luego se marcharon a toda prisa para salvar a más gente.

Tenían la ropa empapada. Cuando la lancha guardacostas había aparecido, Percy rezó en silencio para que no lo sacaran del agua con la ropa perfectamente seca, lo que habría provocado incredulidad y preguntas. Así que se esforzó para empaparse, y vaya si su resistencia mágica al agua lo había abandonado. También iba descalzo, pues le había dado sus zapatos a Grover. Mejor que los guardacostas se preguntaran porque uno de ellos iba descalzo que por qué uno de ellos tenía pezuñas.

Se desplomaron sobre la arena y observaron la ciudad en llamas, recortada contra el precioso amanecer. Astrid se sentía como si acabara de volver de entre los muertos; no era algo que se sintiera extraño de todas maneras. Ella solo quería que todo esto acabara para poder reunirse con su madre, pero sentía que su corazón pesaba y su cabeza dolía por la traición de su padre, claro, él no era el padre del año, pero aún así fue la única figura paterna suficientemente buena como para llamarlo papá.

Ella no soportaba las traiciones. Sentía que debía haberlo descubierto antes, después de todo tenía la bendición de Atenea; debía de ser inteligente y astuta, pero parecía que no lo era lo suficiente. Ya había sufrido una traición antes de un amigo cercano a ella llamado Ethan Nakamura; se fue sin siquiera decir adiós, solo desapareció y la dejó desecha.

No podría soportar otra pérdida.

—No puedo creerlo.—comentó Annabeth.—Hemos venido hasta aquí para...

—Fue una trampa.—la interrumpió Astrid, ocultando el dolor en su voz.

—Si.—suspiró Percy, a su lado.—Una estrategia digna de Atenea.

—Eh.—le advirtieron Astrid y Annabeth.

—Pero, ¿es qué no lo pillan?

Astrid asintió.

—Si. Lo pillo.

—¡Bueno, pues yo no!—se quejó Grover.—¿Va a explicarme alguien...?

—Percy.—dijo Annabeth.—Siento lo de tu madre. No te puedes imaginar cuánto...

Astrid cerró los ojos deseando que Annabeth no hubiera dicho eso, después de todo ella sabía más o menos lo que Percy estaba pasando y esas eran las últimas palabras que alguien en ese estado quiere escuchar.

DANDELIONS, percy jacksonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora