xxii. astrid, school for hell dogs

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xxii. astrid, escuela para perros del infierno.

          CARONTE LOS ESCOLTÓ HASTA EL ASCENSOR, que ya estaba repleto de almas de difuntos, cada una portando una tarjeta de embarque verde

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          CARONTE LOS ESCOLTÓ HASTA EL ASCENSOR, que ya estaba repleto de almas de difuntos, cada una portando una tarjeta de embarque verde. Al percatarse de dos espíritus que intentaban colarse, Caronte los interceptó y los devolvió a la recepción.

—Bien. Escuchen: que nadie se atreva a portarse mal en mi ausencia —anunció a la sala de espera—. Y si alguno vuelve a tocar el dial de mi micrófono, me aseguraré de que pasen aquí mil años más. ¿Entendido?

Cerró las puertas, insertó una tarjeta magnética en la ranura del ascensor, y comenzaron a descender.

—¿Qué les sucede a los espíritus que esperan? —preguntó Annabeth.

—Nada —respondió Caronte.

—¿Durante cuánto tiempo?

—Para siempre, o hasta que me sienta generoso.

—Vaya —suspiró Astrid—. Eso no parece muy justo, señor Caronte.

Caronte arqueó una ceja.

—¿Quién ha dicho que la muerte sea justa, niña? Espera a que llegue tu turno. Yendo a donde vas, morirás pronto.

Astrid esbozó una sonrisa sarcástica.

—Vaya, gracias, señor Caronte. Eso es muy reconfortante.

—Saldremos vivos —repuso Percy.

—Ja.

De repente, Percy sintió un mareo. No descendían, sino que avanzaban. El aire se volvió neblinoso, y los espíritus a su alrededor comenzaron a transformarse. Sus ropas modernas desaparecieron, transformándose en túnicas grises con capucha. El suelo del ascensor comenzó a balancearse.

Astrid notó que Percy había cerrado los ojos con fuerza, presumiblemente mareado. Para animarlo, tomó su mano entre las suyas y le dio un ligero apretón como muestra de apoyo. Percy abrió los ojos y vio sus manos entrelazadas; luego, le dedicó una sonrisa que provocó un extraño tirón en el interior de Astrid. Ignoró la sensación y observó cómo el atuendo de Caronte cambiaba a un largo hábito negro, sus ojos parecían cuencas vacías, llenas de noche, muerte y desesperación.

Advirtió que lo miraban y preguntó:

—¿Qué pasa?

—No, nada.—respondió en seguida Percy, apretando un poco más la mano de la pelirroja entre la suya.

Astrid pensó que él estaba sonriendo, pero no era eso. La carne de su rostro se estaba volviendo transparente y podían verle el cráneo.

—Me parece que me estoy mareando.—dijo Grover.

DANDELIONS, percy jacksonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora