xxvii. hello olympus, i guess

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xxvii. hola olimpo, supongo.

          ASTRID YA HABÍA ESTADO EN EL OLIMPO ALGUNAS OTRAS VECES, pero dejó que Percy viera impresionado como entre las nubes se alzaba el pico truncado de una montaña cubierta de nieve

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          ASTRID YA HABÍA ESTADO EN EL OLIMPO ALGUNAS OTRAS VECES, pero dejó que Percy viera impresionado como entre las nubes se alzaba el pico truncado de una montaña cubierta de nieve. Colgados de una ladera de la montaña había docenas de palacios de varios niveles. Una ciudad de mansiones: todas con pórticos de columnas, terrazas doradas y braseros de bronce en los que ardían mil fuegos. Los caminos subían enroscándose hasta el pico, donde el palacio más grande de todos refulgía recortado contra la nieve. En los precarios jardines colgantes florecían olivos y rosales. Vislumbraron un mercadillo al aire lleno de tenderetes de colores, un anfiteatro de piedra en una ladera de la montaña, un hipódromo y un coliseo en la otra. Era una antigua ciudad griega, pero no estaba en ruinas. Era nueva, limpia, y llena de colores, como debía haber sido Atenas dos mil quinientos años atrás.

Su travesía a través del Olimpo transcurrió entre neblina. Pasaron junto a unas ninfas del bosque que se reían y les lanzaban olivas desde su jardín. Una de ellas tomó a Astrid de las manos y empezó a bailar con ella de manera enérgica. La pelirroja se permitió reír un poco, sus mejillas se pusieron coloradas mientras permitía que la ninfa la llevara de un lado a otro al compás de un arpa angelical de fondo. Percy quedó mirando casi hipnotizado cómo el cabello de Astrid se balanceaba de un lado a otro de manera casi mágica, lo que hizo que una sonrisa tonta se dibujara en sus labios. Sin embargo, sabían que no tenían mucho tiempo, así que Percy la tomó entre sus brazos y se alejaron de allí, ambos conservando un poco de sus sonrisas.

Los vendedores del mercado les ofrecieron ambrosía, Astrid tuvo que convencer a Percy de que no la necesitaba, un nuevo escudo y una réplica genuina del Vellocino de Oro, en lana de purpurina, como anunciaba la Hefesto Televisión. Las nueve musas afinaban sus instrumentos para dar un concierto en el parque mientras se congregaba una pequeña multitud: sátiros, náyades y un puñado de adolescentes guapos que debían de ser dioses y diosas menores. Nadie parecía preocupado por una guerra civil inminente. De hecho, todo el mundo parecía estar de fiesta. Varios se volvieron para verlos pasar y susurraron algo que no pudieron oír.

Subieron por la calle principal, hacia el gran palacio de la cumbre. Era una copia inversa del palacio del Inframundo. Allí todo era negro y de bronce; aquí, blanco y con destellos argentados.

Astrid sabía que Hades había construido su reino con base al Olimpo, una versión más oscura y algo muerta del palacio de los dioses. No era bienvenido ahí salvo durante el solsticio de invierno, por lo cual era algo comprensible que hubiera hecho sus planos de construcción basándose en este lugar. Que te negaran la entrada a aquel sitio parecía de lo más injusto. Amargaría a cualquiera.

Unos escalones conducían a un patio central. Tras él, la sala del trono. Columnas descomunales se alzaban hasta un techo abovedado, en el que se desplazaban las constelaciones de oro. Doce tronos, construidos para seres del tamaño de Hades, estaban dispuestos en forma de U invertida, como las cabañas en el Campamento Mestizo. Una hoguera enorme ardía en el brasero central. Todos los tronos estaban vacíos salvo dos: el trono principal a la derecha, y el contiguo a la izquierda.

DANDELIONS, percy jacksonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora