Cap. 24

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Martín sintió los labios de Cristóbal sobre su piel, su nariz rozar todo su blanco cuello mientras su lengua le saboreaba con lentitud y dedicación. La sintió subir hasta su mandíbula, sus dientes rozar la esquina de ella, subir hasta su oreja y suspirar en ella de forma ronca haciendo al Omega suspirar. Empezó a dejar pequeños besos sobre su mejilla sonrojada hasta llegar a la comisura de sus labios y una vez allí mirarle a los ojos. Sus narices se rozaban, pero ninguno hacía nada, solo se miraban intensamente, sus ojos habían cambiado de color, de negro a amarillo, estaba excitado y sus ojos lo mostraban claramente.

Cristóbal parecía dudar sobre sus actos, se acercaba a l cuerpo del menor y se alejaba, dejando al Omega ansioso y en un limbo de duda. Pero por fin se decidió el menor por avanzar hasta los labios rojos de Martín, empezando a devorarlos con pasión mientras sus manos se arrastraban con pesar sobre su cintura hasta sus glúteos redondos, para hincar sus dedos en la masa blanda y no soltarla. Sus labios, bien sincronizados uno sobre el otro, se separaron dejando un hilo de saliva.

— Salta — dijo sobre los labios de Martín al detenerse por un segundo.

Martín entrelazó sus manos detrás del cuello del Alpha, al igual que sus piernas tras su espalda. El Alpha abarcó sus muslos por debajo mientras dejaba la espalda del mayor apoyada completamente sobre la pared del callejón, para así meter sus manos por los costados de Martín, subiendo bajo su camisa, dejando que sus dedos acariciasen aquella tersa piel blanca de leche, haciendo suspirar al Omega ante el tacto cálido, suave, sensual...

Su aroma se estaba intensificando a medida que sus manos subían su camisa hasta sus pezones, Martín sentía bajo su cadera y rozando con su intimidad algo duro, grande, algo que le hacía jadear sobre sus labios, que le hacía babear en sus comisuras, obligando a Cristóbal a lamer sus labios para no desperdiciar esa dulce saliva que lo volvía loco, y así de mientras morder su labio inferior para provocarlo más. Sus miradas no se separaban del otro, como si tuvieran miedo de que el otro se desvaneciera como humo entre nuestros brazos, dejándoles con el calentón y una brecha en el corazón.

El calor en el cuerpo de Martín aumentaba a la vez que los besos, a la vez que los labios de Cristóbal bajaban por su cuello, lamiendo toda la zona sin excepción; mordiendo sus hombros de forma cariosa sin dejar marcas; haciendo a Martín echar la cabeza hacia atrás cuando sus caderas empezaron a rozarse una con la otra, haciendo una riza fricción tanto para el Omega como para le Alpha, quien empezó a morder la garganta de Martín sin ejercer fuerza o dejar marcas. las manos traviesas de Cristóbal dejaron los torturados pezones de Martín para bajarse a su cintura. sus respiraciones estaban agitadas y cuando el Alpha lo bajó al suelo de nuevo y sus piernas de gelatina tocaron tierra, pudo ver con claridad otra vez la diferencia de cuerpos; sobre todo cuando Cristóbal le dio la vuelta poniéndole de cara a la pared, echando su cadera hacia atrás creando un ángulo de 90º entre las piernas y torso de Martín, echando de seguido su cuerpo por encima de la espalda de Martín, cubriéndole por completo.

Sus manos grandes subieron la camisa de Martín a medida que avanzaban por su espalda recta, acariciando aquella parcela de piel intacta que pronto tendría la marca de sus labios firmando cada milímetro cuadrado. Sus besos eran tranquilos, suaves y lentos; acabando en sus hombros anteriormente mordidos; pero deteniéndose en los omoplatos para morder el límite del hueso con ligera suavidad. Al estar los dos pegados al otro, Martín no tardó en notar en su trasero algo duro que no dejaba de rozarse de arriba a abajo, rozando su intimidad y haciéndole más sensible de lo que ya estaba; sincronizando ese movimiento con los besos que no dejaban marca, no dejaban huella, y que, por ende, hacían al Omega interior de Martín pensar en la falta de posesividad del Alpha, aunque no fuese así en la realidad.

— Cristóbal... Para... —

Esas dos palabras salieron de la boca de Martín como un hilo de voz opacado por los jadeos que su boca a la vez soltaba ante el repentino sofoco que empezaba a sentir sobre su cuerpo. Un sofoco que no era proveniente de la excitación, en realidad sí, pero no era ese tipo de sofoco, era uno que le recorría desde sus dedos de los pies hasta el último cabello de su cabeza, cosquilleando en sus entrañas y provocándole escalofríos ante el repentino líquido viscoso que salía de su entrada, mojando sus muslos y ropa interior.

Quiero Volver ContigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora