Quiero Volver Contigo

Cap. 26

Martín no daba crédito a lo que escuchaba. ¿Cómo es que Eloy sabía que llegaría su celo?

— ¿Sabías que me llegaría? —

— No... Bueno... No utilicé protección, pero aun así... —

— ¿Montaste el numerito afirmando que estaba embarazado y ahora me dices que no estás seguro? — preguntó furioso, cabreado con razón con el Alpha.

— No exactamente... — intentó excusarse Eloy.

Martín estaba que echaba humo, además de porque su cuerpo estaba ardiendo, porque ahora mismo sentía una tremenda molestia por parte del hombre que una y otra vez arreglaba sus errores de una forma que parecía querer arreglarlo, pero que después era para romper más la herida que parecía coserse una y otra vez, pero que en realidad solo se abría más.

Separó el móvil de su oreja y pulsó el botón rojo de colgar con la mano temblorosa y un cosquilleo en su estómago que le bajó por el vientre hacia su entrepierna. Llevó sus manos hacia ese lugar dejando caer el móvil sobre la mesa, y por el impulso de su cuerpo al echarse hacia delante y sus pocas fuerzas, su cabeza cayó sobre la pantalla encendida de su móvil.
Estaba sudando, la ropa se pegaba a su cuerpo y el roce al moverse hacía que su piel se derritiera. Sus pezones estaban siendo víctimas de la sensibilidad del momento y la necesidad de fricción que le llevaba a moverse no ayudaba a aliviar su profundo deseo envuelto en lujuria que empezaba a asomar por la grieta que su celo estaba creando en su razón. Se sentía húmedo y con la garganta seca, con la piel ardiendo...

Separó su cabeza de la mesa porque parecía empezar a marearse de estar así y una gota del sudor de su frente, cayó sobre el móvil justo después de él cerrar los ojos y volver a apoyarse sobre la mesa con la boca entreabierta y sutiles jadeos saliendo de ella. Se suponía que podría controlarlo, había aprendido a poder controlar los síntomas de su celo por al menos un periodo de tiempo, no muy largo, pero el suficiente como para estar algo tranquilo o al menos no sucumbir ante el apetito sexual de su instinto primario. Pero ahora tenía problemas hasta para poder respirar con tranquilidad y pensar si quiera en pedirle ayuda a Mario, quién seguía fuera de la cocina todavía dando vueltas por el pasillo esperando alguna acción por parte de Martín. No quería pedir ayuda ya que el Omega le había dicho que no le dijera a nadie donde estaba, pero él no tenía supresores y mucho menos sabía que tipo tomaba Martín. Eran cercanos y miles de veces le había visto tomarse sus pastillas, pero al parecer nunca había prestado la suficiente atención como para ahora saber qué tipo de supresor tomaba su amigo.

Se le vinieron muchas personas a las que poder decirles que Martín había entrado en celo y estaba en problemas. También podía ir a su casa y coger sus supresores, pero tampoco sabía dónde los tenía, y andar hurgando entre los cajones de su amigo y encima Omega... No era muy cómodo. Se le ocurrió llamar a Marcos, el menor amigo Omega de Martín, el sabría que darle o dónde buscar en el caso de no tener la medicina adecuada a su alcance. Cogió su móvil y cuando iba a pulsar el botón verde de llamada, el sonido del timbre lo sobresaltó, ya que no esperaba ninguna visita, y menos en esa intensa situación.

Miró por la merilla de la puerta viendo que se trataba de Cristóbal, se le veía agitado, como si hubiera llegado corriendo y subido por las escaleras de dos en dos, quedándose así sin aire en los pulmones. Cristóbal ante la desesperación de querer entrar y de que nadie le abriera golpeó la puerta con el puño cerrado, obligando a Mario a abrir ante su insistencia y el miedo a que rompiera la puerta.

— ¿Qué ocurre Cristóbal? — dijo abriendo tan solo un poco la puerta, asomando la cabeza por ese hueco mientras sonreía intentando disimular.

— ¿Está aquí Martín? — preguntó sin rodeos tomando aire mientras su pecho subía y bajaba tomando aire.