Capítulo 08

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"Lo que dice mucho de una persona."

11 de Septiembre del año 2001.

También conocido como el 11S.

Recuerdo que cuando ocurrió, yo apenas era un crío. Mis padres lo vieron en televisión. Comenzó la transmisión aproximadamente a las 9:00 de la mañana, mostrando el incendio de la Torre Norte. Mientras poco a poco explicaban que había sido el choque de un avión, justo minutos después, chocó el segundo. La transmisión era en directo y nadie entendía nada, ni los periodistas, ni la gente que estaba en la calle y tampoco quienes veían todo esto desde sus casas. Entonces, empezaron a explicar que era un posible ataque terrorista, cuando de repente, reportaron imágenes inéditas del Pentágono, donde chocó un tercer avión.

Fueron aproximadamente dos horas y media de transmisión continua, incluyendo un cuarto avión que no llegó a ninguna parte, aparentemente, por intervenciones de los pasajeros. Tres mil muertos en total, veinticinco mil heridos. Había sido una masacre, que aún hoy en día nos cuesta asimilar. Caos, destrucción, sangre, muertos y heridos.

A partir de ese momento, todo cambió. Nuevas leyes para espacios aéreos, nuevas leyes inmigratorias, y el principio de la "War on Terror", que comenzó en Afganistán, se trasladó a Irak, y aún continúa en muchos otros territorios del Medio Oriente. Teorías de conspiración, tratados ocultos entre Al-Qaeda y el gobierno americano llovieron a la orden del día, y aún se mantienen investigaciones sobre ello.

Posiblemente sea una de esas cosas en las que nunca sabremos la verdad, pero hay algo que sí sabemos, fue una tragedia. Una enorme y horrible tragedia. No quiero imaginarme cómo se sintió la gente en aquel momento, pero estoy seguro que nunca nadie olvidará las imágenes de esos dos edificios imponentes y aparentemente indestructibles, desplomándose hasta convertirse en polvo.

Y aunque ahora parezca que han pasado muchos años, cuando haces un trabajo sobre eso, es imposible no parar un momento a pensar en que hubiera pasado si tú o alguien a quien quieres, hubiera estado en alguno de aquellos dos edificios.

—Acabé. —dijiste.

Tu voz me hizo dar un respingo. Aparté todos aquellos pensamientos de mi mente y me acerqué a ti para ver tu parte del trabajo.

Si tuviera que destacar una cosa de ti, sería lo perfeccionista que eres. Te gusta tener todo a tu manera, en orden y perfecto. Así es como debía estar este trabajo. Me lo habías repetido unas veinte veces. Querías estudiar Publicidad y para eso tenías que obtener una buena media, lo que consistía en aprobar con buenas notas tanto los exámenes como los trabajos.

—Está perfecto. —confesé en voz baja.

Eso no te lo esperabas. Me miraste de reojo y forzaste una sonrisa tímida. Mientras tanto, me sentía orgulloso del trabajo que acabamos de hacer. Recuerdo pensar que hacíamos un buen equipo, que equivocado estaba.

Temí que el ambiente se volviera incómodo, por lo que me preparé para que en cualquier momento me dijeras que te tenías que ir. En cambio, te dejaste caer en la silla y cerraste los ojos.

Resoplé, aliviado y volví a leer el trabajo. Después de leerlo como tres veces, no supe qué hacer. El silencio me pone muy nervioso, entonces decidí hablar.

—Eh... ¿quieres ir a por un helado?

No recaí en el efecto de mis palabras hasta que, al escucharme, pareció que despertabas de un trance. Sacudiste la cabeza, me miraste durante un segundo y, tras asimilar lo que acababa de decir, sonreíste.

—Me encantaría.

Me sentí aliviado porque, en el fondo, una parte de mí creía que me dirías que no, pero no fue así. Ahora sé que nunca olvidaré ese día. Da igual cuantos días vengan después y por muy distintos que sean, para mí a partir de ahí empezó todo, pero para ti, nunca empezó.

***

Había una heladería a unas cuadras de la biblioteca. Era una heladería rara, con una decoración un tanto extraña. Mosaicos, espejos, plantas que eran de plástico, luces de colores y un cuadro enorme de una persona sin cabeza. Sin duda, no era un sitio que frecuentara mucha gente. A mí me parecía un lugar muy interesante. Siempre sentí que aquel sitio tenía algo raro. Muchas personas creían que no era un gran lugar, pero no era así. El helado era el mejor que había probado en toda mi vida. Los empleados no eran muy agradables, pero por lo menos no te decían nada si te pasabas todo el día ahí.

— ¿De qué sabor lo queréis? —nos preguntó el chico del mostrador.

—Chocolate. —respondiste.

— ¿Tú? —se giró hacia mí.

—De limón, por favor.

Al oírme, frunciste el ceño.

— ¿De limón? —me preguntaste.

—Eh...bueno...es mi sabor favorito.

—No fastidies. —replicaste e hiciste una mueca.

Me mordí el labio. No sabía qué decir, así que nos quedamos en silencio.

Distraído, paseé la mirada por el local y me di cuenta de que seguía exactamente igual que la última vez que vine. Ni siquiera se habían dignado a cambiar la bombilla que parpadea.

—Aquí tenéis.

—Gracias. —dije.

Tú no dijiste nada Sophie. No le diste las gracias a aquel empleado y en su momento no me di cuenta, pero ahora, después de haber salido tantas veces contigo, sé que nunca das las gracias y eso es de mala educación.

Una vez que nos entregaron los helados, nos dirigimos a la mesa de siempre. Bueno, a mi mesa de siempre. Era mía Sophie. Solo mía. De nadie más. Nadie conocía este lugar. Ni Collins, ni Marc, ni Brian, ni André, ni Andrea y mucho menos mi madre. Era mi lugar secreto y no lo supiste valorar. Y ahora, por tu culpa, ya no quiero ir ahí. Porque nos visualizo a los dos comiendo un helado y no quiero verte. Me niego a tener que revivir una mentira.

Me senté en la silla más próxima a ti y recé mentalmente todo lo que sé para qué empezaras la conversación. Y como si mis rezos hubieran servido de algo, empezaste a hablar.

—Así que limón...

— ¿Qué pasa?

— ¿No crees que es un sabor muy raro como para ser tu favorito?

De pronto, me faltaba el aire en los pulmones. Parpadeé, incrédulo, y guardé silencio. No creía que fuera un sabor raro y tampoco muy raro. La verdad es que me encantaba el limón. La limonada, la ensalada con limón, las galletas de limón, los chupa chups de limón y el helado de limón. Algo que más que incluir a la lista de cosas que tú no sabías y jamás te interesaste por saber.

Me percaté de que no dejabas de observarme en silencio, y me sentí algo incómodo. Me aclaré la garganta y dije algo, lo primero que se me ocurrió.

—Eh....está rico...

—Así que, Jacob, tu sabor favorito de helado es el amargo. Espero que sepas que eso dice mucho de ti.

Me recoloqué en el asiento, incómodo.

— ¿Si?

— ¿Nunca has pensado que el sabor favorito de helado dice mucho de una persona? —inquiriste y subiste una ceja.

La verdad es que no. Siempre he pensado que lo que dice mucho de una persona es la forma de vestir, de hablar y de comportarse. Siempre me fijaba en la gente y su ropa. En cómo le hablaban a los profesores, a su familia y a sus amigos. También me gustaba ver si la gente sonreía cuando veía a un perro o a un bebé por la calle. Supongo que nunca pensé que el sabor de un helado diría algo de alguien, pero de haber sido así, creo que a ti no te gustaba lo que decía de mí.

Todo lo que no te llevasteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora