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Mientras me encontraba sentada en uno de los sofás de su suite, pensé en lo torpe que fui por acceder a quedarme. Alastor no habría permitido que me ahogara. Y aunque me sentía muy estúpida en ese momento, no podía apartar la mirada mientras él caminaba a través de la suite con el cabello húmedo y el pecho al desnudo.
Se dirigió hacia su habitación, tomó el teléfono y realizó una llamada. No sabía cómo iba a escapar de esto, mi mamá llegaría por mí dentro de una hora.
Transcurrieron varios minutos y Alastor regresó, deteniéndose frente a mí. Levanté la mirada y él tomó un mechón de mi cabello mojado. Al final, resultó que perdí la goma con la que lo mantenía sujeto.
—¿Qué intentas? —Mis labios vacilaron al formular la pregunta, y temblé de frío debido al aire acondicionado que soplaba sobre mí. Había elegido el peor lugar para sentarme, pero tampoco quería moverme, ya que tenía el presentimiento de que eso le daría una excusa para acercarse aún más.
Agarró la toalla con la que me había cubierto poco después de subir al yate y, con facilidad, me la arrebató de los hombros. Mis huesos helados reaccionaron con torpeza y no pudieron evitarlo. Fue aún peor cuando tomó mi mano, me levantó y me guio hasta la puerta del baño. Mis piernas se sentían entumecidas. No sabía si fingía ser un caballero al ofrecerme una de sus camisetas o si su verdadera intención era verme desnuda.
—No tengo ningún problema en ayudarte a tomar una ducha y cambiarte de ropa. De hecho, sería fascinante —concluyó al notar que no tenía interés en aceptar su presunta cordialidad.
—¿No tienes un pijama o algo menos indecente?
—¿Te gustaría saber cómo duermo en realidad?
—Olvídalo. —Di media vuelta y me encerré con pestillo en el baño.
No podía creer lo que acababa de decir. Él tenía un problema al ser tan directo, sin la necesidad de usar tantas palabras.
Me desvestí y coloqué su camiseta sobre la primera superficie que encontré mientras buscaba la secadora que, por lo general, estaba guardada bajo el lavamanos. Alisé mi ropa interior con las manos después de enjuagarla y, con la ayuda del aparato, soplé aire tibio sobre la tela durante los siguientes quince minutos. Esperaba que no se dañara, ya que había viajado con muy pocas prendas de repuesto.
Cuando estuve segura de que estaba lo suficientemente seca como para no preocuparme por infecciones, dejé la ropa a un lado. Luego, guardé la secadora en su lugar y me tomé un momento para abrir la ducha y enjuagar la sal de mi cuerpo. Aunque él no los utilizaba, aproveché los lujosos frascos de productos proporcionados por el hotel. Tenía la intención de reemplazarlos por unos nuevos antes de mi partida.
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Servicio de hotel
Storie d'amoreSAMANTHA Decide emigrar de Latinoamérica a los Estados Unidos con la visa a punto de caducar y la necesidad de recurrir a documentos falsos para sobrevivir. Su destino la conduce a un sótano en condiciones desastrosas, ofreciéndole una bienvenida q...