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Samantha vestía las ropas que Cheyanne consiguió para ambos, pero su rostro no alcanzó a reflejar una sonrisa completa cuando una mujer se abalanzó sobre ella para abrazarla con fuerza. La preocupación destilaba de ese último gesto.
—¡Emily! ¿Cómo es que tú...? ¿Cómo te encuentras? —Sam la miraba sin entender del todo, pero al mismo tiempo, sus ojos se cristalizaron con una emoción nueva, como si estuviera a punto de echarse a llorar, y quise alcanzarla lo más pronto posible.
—Estoy bien. Las fuerzas especiales de los Estados Unidos llegaron horas después de que te llevaran y nos sacaron a todos. —Estuve lo bastante cerca de su espalda para escuchar lo que susurró a continuación—: El Director Nacional de Inteligencia se hizo cargo personalmente de nosotros.
—¿Por qué Oliver haría algo así? —pregunté, y ella volteó como un gato espantado. Levantó la cabeza, y sus ojos se despejaron igual que las luces intensas de un automóvil al verme.
—Ma-Mateo... —No finalizó, pues el mencionado acabó de acercarse. Aunque hizo ademán de invadir su espacio personal, al percatarse de mi presencia, actuó con prudencia al mantener su distancia. No se atrevió a tocarla.
—¿Qué tal te encuentras? ¿Te hicieron daño? ¿Cómo lograste salir? —le lanzó a Samantha un aluvión de preguntas. Ni siquiera quise imaginar por qué estaba presente en este lugar.
Sam se desplazó hacia un lado, junto a mí, y sus dedos se deslizaron con suavidad por mi brazo, como si estuviera manipulando alguna clase de objeto peligroso.
—Debieron regresar a Ecuador —me susurró—. Mantuvieron a Emily en el contenedor junto conmigo. ¿Recuerdas que se la llevaron? Y en cuanto a él...
Su voz delató la incomodidad. Si escarbaba un poco entre sus palabras, juraría haber encontrado una nota de molestia. Tampoco parecía comprender el motivo de su presencia.
—Vine para echar una mano —respondió Mateo luego de repasarnos con la mirada—. Por Sam y...
—Ya detente, es demasiado —adelantó ella como una petición. Sonó cansada en verdad. Podría incluso estar conteniéndose de gritar, y antes de que pudiera hacer nada para evitarle más de esto, se adelantó diciendo—: De quien deberías preocuparte en realidad es de...
La chica, a la que no podría considerar su amiga después de lo que le hizo, saltó para taparle la boca con la mano. Negó con la cabeza y, al volver a mirarme, debió sentir que había hecho mal, porque se apartó con nerviosismo y comenzó a reír de manera forzada.
—¿No se lo has dicho todavía? —susurró Samantha.
—¿Decirme qué? —preguntó Mateo.
—Lo bueno hubiera sido que volvieras a tu país —intervine.
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Servicio de hotel
RomanceSAMANTHA Decide emigrar de Latinoamérica a los Estados Unidos con la visa a punto de caducar y la necesidad de recurrir a documentos falsos para sobrevivir. Su destino la conduce a un sótano en condiciones desastrosas, ofreciéndole una bienvenida q...