Capítulo 34

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A lo largo de la última hora, Alastor había aprovechado cada oportunidad para observarme de manera indiscreta. Ante mí, tuve que ajustar el aire acondicionado de forma que me refrescara. Era difícil creer que dentro del automóvil hiciera más calor que afuera, donde el sol brillaba con intensidad.

Observé su mano inquieta sobre la palanca de cambios y, a veces, en su pierna. Supuse que deseaba tocarme, lo cual no hacía más fácil la situación para mí, porque también quería sentirlo a él.

—¿Te sientes bien? —preguntó.

—¿Podrías subir un poco el aire acondicionado?

No me atreví a mirarlo. Tenía la sensación de que notaría todo lo que me causaba.

El auto disminuyó la velocidad y se detuvo a un lado de la carretera. Sin que tuviera que preguntar, su mano se posó en mi frente y en cuestión de segundos, me encontré mirándolo.

—No tienes fiebre. —Dejó de tocarme, y eso me agobió.

—Estás preocupado —concluí, tratando de cambiar de tema y evitando que se diera cuenta de que mi calor no tenía relación con estar enferma.

—No estoy seguro si fue una buena idea sacarte en estas condiciones, pero supongo que tampoco te habrías quedado en la cama.

—Acertaste —le dije. Sonrió mientras negaba con la cabeza y perdía la mirada en el frente—. Me siento bien, no estoy agonizando.

Cuando su sonrisa desapareció, supe que cometí un error. El dolor en su mirada trajo a mi mente los recuerdos de esa última experiencia. Ante sus ojos, estuve a punto de morir, y ahora podía ver cuánto lo había afectado. Detrás de esa fachada, existía un niño que conoció la muerte de la peor manera posible.

—Lo siento —susurré—. Dije algo inapropiado.

En el pasado, Mateo y Emily solían excluirme cuando se trataba de hacer planes para salir. Se aprovechaban de que yo no bebía ni comía fuera de casa, y eso les resultaba conveniente. Lo que Alastor había mencionado me trajo a la mente esos recuerdos, aunque eso no justificaba lo que le dije.

Sonrió de lado, pero no entendí por qué. Creí que estaba molesto.

—¿En qué estás pensando? —pregunté.

—Dije que sería yo quien te hiciera implorar por más, pero deseo tocarte. —Miró mis piernas y su sonrisa se ensanchó, entonces entendí el significado de ese gesto—. Haces que olvide ciertas cosas.

Parecía divertirlo, y era tan absurdo que sus palabras fueran suficientes para acelerar mi ritmo cardíaco. Yo tampoco me encontraba muy lejos de sentir lo mismo que él. Durante nuestro viaje hasta el lugar donde detuvo el automóvil, tuve una pequeña lucha entre lo que mi cuerpo sentía y lo que mi mente decía.

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