Capítulo 31

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Mi corazón aún latía rápido. El miedo era irracional, pero me repetí que solo había sido una pesadilla, una en la que reviví todo lo ocurrido el día en que estuve al borde de la muerte.

No hacía mucho tiempo, me desperté con las manos sudorosas y una punzada de angustia en el pecho. No podía dejar de pensar que, tarde o temprano, ellos vendrían a buscar lo que César les robó. ¿Por qué me lo dio en primer lugar? Ese paquete incluía nuestros documentos falsos, y pensar que su único propósito era evitar que cayeran en manos de esa gente, no fue más que un pensamiento de mamá. Ese hombre no tenía buenas intenciones, de otro modo, no habría tratado de extorsionarnos.

Ahora me encontraba en la habitación de Alastor. Parecía que alguien me había visitado poco antes de despertar, no solo porque el suero y su soporte desaparecieron por fin, sino también a causa del desayuno servido en la mesita de noche junto a la cama.

Con dificultad, me incorporé al borde del colchón y contemplé la bandeja. Había tostadas, mermelada, huevos revueltos y lo que parecía ser zumo de naranja. Nada tan elaborado como la cena que Alastor preparó la otra noche, pero era suficiente, y devoré hasta la última migaja.

Cuando me levanté de la cama, noté algo más al otro lado de la habitación. Sobre un sofá individual, descansaba una pequeña tarjeta colocada encima de una prenda de vestir doblada con precisión. Tomé la cartulina y leí lo que estaba cuidadosamente escrito:

Úsalo.

A.

Levanté la tela suave y liviana, y se desplegó como un suspiro. Era un vestido de color blanco, similar a una camisola. Su diseño era simple pero hermoso. Sin embargo, irradiaba una elegancia que me hacía sentir fuera de lugar. No hice nada para merecerlo. Nunca antes experimenté tal tipo de atención, excepto por mi madre cada vez que me enfermaba, aunque este gesto se diferenciaba significativamente de sus cuidados habituales.

Necesitaba cambiarme. En los últimos días, había sido abrumador tener a Alastor y a mamá cuidándome, incluso sin permitirme caminar hasta el baño por mi cuenta. Ella había sido firme al recordarme que a veces era torpe e impulsiva, y no quería que terminara inconsciente por alguna tontería. Alastor, por su parte, tampoco se mostró en desacuerdo, y aunque me sentí herida por sus comentarios, podían tener un poco de razón.

Miré a mi alrededor, pero no encontré mi maleta en ninguna parte. Mamá trajo nuestras pertenencias de la casa de César, sin embargo, nunca vi dónde las había colocado, ya que ella también me ayudó a cambiarme de ropa en los últimos días. Era posible que las hubiera llevado a la suite de al lado.

—Lo compró para ti. —Laurent asomó la cabeza por la puerta y, después de tomar confianza, se dejó caer sobre el borde de la cama—. Tuvo que salir por un momento.

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