Capítulo 66

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Estaba destrozado; un vacío habitaba en mi interior. El amor y la paz, todos habían desaparecido. La esperanza y la compasión, también se habían esfumado. Ahora, lo único que perduraba era la venganza.

Una ráfaga fría serpenteaba por la habitación, era el único respiro que me acompañaba en ese trance. Me encontraba rodeado por una neblina de incertidumbre y por sombras que resguardaban cada pasillo.

En ningún momento, durante la última hora, pude sacarme la visión de Samantha de la cabeza. Verla en esas condiciones hizo que algo desagradable se revolviera en mi interior, empezando por la culpa y acabando por el odio.

Sabían con exactitud lo que estaban haciendo, era premeditado. Samantha era mi vulnerabilidad, y pagarían por ese error.

Una voz vengativa, gestada desde la experiencia con César, reverberaba con más fuerza dentro de mí. Aunque ese hombre había partido de este mundo, no a manos de las mías, la sed por hallar al culpable que movió cada pieza, incluyéndolo a él, en nuestra dirección, persistía incluso más fuerte que antes. La búsqueda, también del responsable por la muerte de mi hermano, había llegado a su fin. El epicentro de todo y la cabeza al mando, ahora se encontraba justo frente a mí.

—Sacarlos del hotel no fue fácil —admitió Luca Moretti en su idioma, ocultando su hostilidad tras un antifaz de amabilidad. No había sido mucho desde que se presentó ante mí con su nombre de pila. Luego de una larga pausa, el hombre de cabello cano volvió a mirarme—. ¿Tienes alguna idea del componente?

Hubo un instante de silencio, hasta que alguien presionó el cañón de su rifle bajo mi mentón, obligándome a levantar la cabeza. Sus cejas se fruncieron al encontrarse con mi mirada. Me sentí mal por Samantha, porque en ese momento, aunque hubiera durado tan poco, deseé que todo terminara. Pero pensar en ella también me devolvió el valor, como la chispa de una vela que lucha por mantenerse encendida.

—Contesta —exigió este último, presionando con más fuerza el arma. La irritación comenzaba a asomarse en su rostro, a lo que inconscientemente respondí con una sonrisa de medio lado. En respuesta, él levantó el brazo, dispuesto a golpearme con el arma, pero el anciano lo detuvo en pleno movimiento.

—No así, Davide. Hablará si le damos algo a cambio; después de todo, es un hombre de negocios. Vamos, desátalo.

Lo llevó a cabo, y cuando se apartó, me incorporé despacio.

—Lamento la forma en la que mi hijo te trajo —sonrió con amabilidad, y me hizo un gesto que invitaba a tomar asiento en uno de los sofás en frente del que ocupaba, mientras hablaba con orgullo acerca del hombre que llevaba el tatuaje de serpiente en el brazo derecho.

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