Capítulo 17

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Después de lo ocurrido la noche pasada, me planteé ir a buscarla, pero luego de meditarlo más a fondo durante el desayuno en compañía de Laurent, me di cuenta de que ni siquiera conocía su nombre. No la culpaba por odiarme.

Me pregunté cuál habría sido el punto de habérmela encontrado, ¿disculparme? Desde el comienzo fui claro con respecto a ella. No buscaba nada serio. En nadie.

Por otro lado, el grupo de recién graduados emocionaba bastante a Laurent. Me hablaba de sus planes, pero no prestaba demasiada atención. Por más que lo mandé a callar dos veces, de nuevo sacó el tema a relucir.

—¿A dónde vas? Llegarán pronto —señaló al verme caminar hacia el ascensor en vez de acompañarlo a la puerta principal. Su plan era recibir juntos al grupo y decidir cuáles serían las afortunadas—. Venga, no me digas que de nuevo tienes trabajo de último momento.

—De pronto perdí el interés. —Presioné el botón para llamar el ascensor, y no mentía. Sería un caos, eso lo sabía mejor que nadie. Cuando se trataba de gente joven, enérgica, con ganas de beber y follar, solían ocurrir ciertos percances en el hotel que terminaban siendo gastos para mi bolsillo. Tal vez eso fue lo que me desilusionó y no tenía nada que ver con esa chica.

—Ah, ¡llegaron! —Laurent evidenció su indecisión. No sabía si quedarse para convencerme o si acudir a recibirlos. Exhaló y finalmente salió.

Las puertas en frente de mí ya se habían abierto, y estaba a punto de subir al elevador, pero con el rabillo del ojo advertí un carrito detenido en la mitad de la calle y me acerqué en esa dirección. El autobús encargado de traer al numeroso grupo de recién graduados desde el aeropuerto al hotel tuvo que frenar para no arrollarlo. Tampoco podía avanzar hacia la puerta principal, y escuché a través del radio del personal detrás del recibidor que el chofer pedía que movieran ese maldito bin.

La housekeeping que lo dejó en ese lugar enfrentaría una penalización significativa, no estaba de humor para que ocurrieran este tipo de cosas.

Crucé la salida. Las puertas del ascensor se cerraron a mis espaldas, y al ver que me acercaba, el capitán de botones retrocedió un paso. A continuación, agachó la cabeza en forma de disculpa.

—¿Qué estás esperando? Quítalo de ahí —ordené, pero la mirada que asomó justo detrás del contenedor sustituyó mi enfado por curiosidad. Sus ojos revolotearon por tan solo un par de segundos, y luego volvió a ocultarse.

Detuve al hombre responsable de la coordinación del personal uniformado en el hotel. Tras mirarme confundido durante unos segundos, dio instrucciones a los botones para el traslado del equipaje a las habitaciones correspondientes.

Servicio de hotelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora