Capítulo 54

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Preferí explicárselo a Alastor que enfrentarme a la mujer agresiva con la que entrené a lo largo de los últimos días.

—Cheyanne irá contigo —me dijo, y la miré de reojo. Seguía molesta.

—No podemos dejar sola a la niña en casa.

Hubo un silencio del otro lado de la línea, y me pregunté dónde estaría él. Sabía que estaba investigando los lugares en los que vieron a César por última vez, en busca de alguien que supiera algo de ese hombre, pero todos le perdieron el rastro a lo largo del mes. La última persona que tuvo contacto con él fue hace poco más de cuatro semanas, y todavía lo vieron acompañado de sus dos hijos. ¿Qué había ocurrido entonces? ¿Estaba muerto en verdad? No pudimos hacer que Lizzie volviera a decir nada. Además, desde que llegó, no se había bañado y apenas usaba la ropa que Cheyanne eligió para ella el otro día.

—Envíame un mensaje con la dirección del restaurante; pediré un Uber desde aquí. Estaré de regreso en casa pronto y enviaré a Cheyanne por ti.

—De acuerdo.

—Sam —dijo poco antes de colgar—. ¿Es seguro?

Era evidente que temía dejarme sola durante los minutos que le llevaría llegar a casa y enviar a Cheyanne por mí.

—Emily nos visitó sin compañía, y tampoco creo que tenga nada que ver con lo que está pasando —replanteé la idea—. Pero podemos esperar a que llegues, o incluso pedir comida.

—No —apresuró, y su respuesta tenía relación con lo que hablamos el otro día, sobre no enfrascarnos en nuestros miedos. Él también estaba tratando de enfrentarlo, conmigo—. Solo mantenme al tanto.

—Lo haré.

Al colgar, le envié la dirección del restaurante más cercano que encontré desde casa, y varios minutos después el Uber nos recogió. Cheyanne entró en mi habitación mientras terminaba de cambiarme, me levantó la falda y me ató algo en el muslo. De pronto, me encontraba demasiado nerviosa como para fijarme en el objeto, pero lo reconocí. Era el cuchillo con el que amenazó a Mateo.

—Para incapacitar —me explicó mientras ajustaba la tela—. Permanece atenta a todo lo que suceda a tu alrededor. Si ves algo extraño...

—Estaré bien —anticipé, aunque no sonaba convencida—. Es solo un almuerzo en el restaurante.

—Pero llévalo como precaución. Y esto —me entregó la tarjeta que ocupó el otro día para las compras—. Él me pidió que te la diera, por cualquier eventualidad.

La acepté sin oponer resistencia.

Poco después, Emily y yo subimos al auto. A través del retrovisor, contemplé la casa, con un nudo en la boca de mi estómago. Apreté las manos sobre mis piernas y luché contra las náuseas que sentí, pero no era por el auto en movimiento. Era la primera vez que estaba sola, sin mamá, sin Alastor. Nunca me detuve a pensar si su ausencia me afectaría, jamás concebí siquiera la posibilidad, pero ahora reconocí que se había convertido en otra inseguridad, y era incluso peor de lo que imaginaba. El sudor corría por mi frente, aunque el aire acondicionado estaba encendido.

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