Capítulo 57

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Emily me informó que éramos once, y me contó que el barco zarpó aproximadamente dos días atrás. Estuve inconsciente todo ese tiempo. Las personas en el contenedor permanecían en silencio. Solo susurraban cuando necesitaban comunicar algo importante. La atmósfera estaba cargada de un olor rancio y la falta de espacio nos oprimía. En la penumbra, las miradas ansiosas de los demás se cruzaban en busca de respuestas y consuelo.

Las dos niñas, temblando de miedo en un rincón, eran la personificación de la vulnerabilidad en medio de aquella pesadilla. Cada palabra que susurrábamos, estaba destinada a calmar sus corazones atormentados por la oscuridad.

En medio del silencio espeso, un adulto sufrió un ataque de pánico. Sus gritos desgarradores nos hicieron estremecer a todos. Fue entonces cuando comprendimos que no éramos los únicos atrapados en esta espantosa situación. Los aullidos llegaban desde lejos, resonando en el metal que nos aprisionaba, indicando que varios contenedores albergaban a otros seres humanos condenados a esta situación. La agonía y la incertidumbre eran nuestras únicas compañeras en ese viaje hacia lo desconocido.

Además, alguien aclaró que no todos los contenedores estaban ocupados por personas. Entre los murmullos de preocupación, se supo que algunos compartimentos albergaban mercancías. Nos encontrábamos en medio de un océano insondable, navegando en un barco de horrores cuyos destinos desconocíamos por completo.

La peor revelación llegó cuando comprendí por qué los rostros de algunas personas en el contenedor me resultaban familiares. De hecho, los había visto antes en los documentos falsos que César me entregó, y ahora, estaban aquí, atrapados junto a mí.

A pesar de que mi debilidad física había disminuido, el mareo persistía, especialmente en la oscuridad y debido a las sacudidas del barco. No obstante, el mar redujo un poco su agitación, lo que preocupaba a Emily. Nos alejábamos cada vez más de Florida, y eso significaba que Alastor no podría encontrarnos en este lugar. Una parte de mí deseaba que así fuera, aunque la angustia no dejaba de atormentarme.

Tiempo atrás, escuché a dos hombres hablando en voz baja sobre un intento de escape antes de que el buque de carga partiera. La respuesta a esa idea fue la posibilidad de una lluvia de balas. Había vigilantes, aunque no vi a ninguno cuando Natanael nos trajo aquí.

No podía llevar un seguimiento preciso del tiempo, ya que no teníamos dispositivos electrónicos ni relojes. Pero, según mis cálculos, pasamos siete días en el mar. Cada vez que nos sacaban para ir al baño, notaba que el mal clima permanecía en diferentes niveles. Agradecía el mal tiempo, porque nos proporcionaba un alivio del calor y de la sofocante atmósfera en el contenedor.

La última vez que me llevaron al baño, vi a un vigilante con un arma larga cerca de la sala de control. El tiempo se alargaba y se volvía eterno, y contaba los días cada vez que nos llevaban al baño, tratando de mantener la esperanza viva.

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