Capítulo 20

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Después de golpearlo, inhalé aire de forma entrecortada a través de mis labios, esforzándome por mantener la compostura y evitar rebajarme al punto de cerrarle la boca para siempre. ¿Cómo se atrevió a decir todo eso de ella? Aunque no la conocía a fondo, tenía la certeza de que no era en absoluto como él la describió. Incluso si lo fuera, no podía permitir que se saliera con la suya, quedándose tan campante.

Como lo había hecho esa persona.

Aparté al personal que evidenciaba su profunda preocupación hacia mí, e intenté alcanzarla. Pronuncié su nombre en el pasillo, pero no se detuvo ni tampoco me miró. Tuve que correr un poco y volvió antes de acercarme por completo.

—Esto es horrible —me dijo con agitación—. Lo golpeaste en la cara. ¡Le hiciste sangrar la nariz de un puñetazo!

Por un instante me inquietó que estuviera preocupada y quisiera reivindicarse, pero al mirarme divisé la emoción ardiendo en sus impresionantes ojos. Eso ayudó con mi lucha para no regresar hasta verlo perder la consciencia.

Me quedé con ella, de repente preocupado de que pensara que yo estaba loco, y tal vez sí, solo un poco. De otro modo, no encontraba otra razón para sentirme tan atraído por esta chica. Su desorden era magnético de formas inexplicables.

—¿No debí golpear a ese descerebrado?

—No es eso. Definitivamente se lo merecía, y yo no habría podido.

—Te habrías roto la mano.

—Descerebrado —repitió—. Esa palabra no suena elegante en tu boca. Y cada vez que sonríes de ese modo, tú... —Selló sus labios y entrelazó los dedos con nerviosismo en frente de su vientre. Ni siquiera me di cuenta de la forma en que la estaba mirando—. ¿Tanto disfrutaste de haberlo golpeado?

—No voy a negarlo, aunque no estoy seguro de que ese fuera el verdadero motivo.

—Entonces, ¿cuál es ese?

—Solo... algo que me habría gustado hacer —confesé.

Su rostro reflejó confusión, y aunque lo intentara, no lo entendería. Se trataba de un sentimiento similar al que sentí por culpa de alguien en el pasado. Ahora resulta que perdía la cabeza cada vez que un hombre le faltaba el respeto a una mujer, pero nunca sucumbí a mis impulsos y solía manejarlo con cabeza fría, hasta que ella apareció.

—¡Eh, hermano! —Laurent se acercó. Era un mal momento para que apareciera—. ¿Viste lo que pasó en el restaurante? La gente se está volviendo loca. Al parecer un idiota se tropezó y golpeó la mesa con la nariz, o algo por el estilo.

El personal estaría censurando la verdad detrás de todo, para que los huéspedes no esparcieran rumores.

Samantha se puso tensa. Sus ojos me contemplaron con miedo y algo en mi interior se apretó.

Servicio de hotelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora