Capítulo 27

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La espera se volvió interminable. De vez en cuando, miraba hacia la puerta y verificaba la hora.

El auto que envié en su búsqueda ya debería haber llegado a la dirección que su madre me proporcionó. Solo estaba esperando que el conductor me notificara que se encontraban en camino al hotel y que Samantha no le había dado problemas para subir al vehículo.

La puerta de mi suite se abrió y me levanté del asiento. Por un breve instante, creí que se trataba de ella, pero al siguiente momento, me di cuenta de que mi deseo carecía de lógica.

Me llevó un tiempo reconocer a la persona que acababa de entrar, ya que las cortinas a mis espaldas bloqueaban casi por completo el paso de la luz.

Después de unos cuantos toques en mi teléfono, la luz de la suite se encendió y la expresión en el rostro de Alma me indicó que traía malas noticias.

—Samantha no contesta su teléfono. —Sus palabras se cernieron sobre mí como un canto de terror, justo cuando otras dos personas atravesaron la puerta de mi suite.

—¿En dónde está Sam? —preguntó su ex mientras se acercó con la intención de exigirme una respuesta. Lo miré sin entender su estúpida audacia, y tampoco parecía que Alma supiera qué hacer con su presencia. Era como si no hubiera esperado encontrárselo ni por casualidad.

—Traté de convencer a la nueva para que no lo interrumpiera. —Ana me miraba desde la puerta con cierta desconfianza; era la única que no se atrevía a entrar por completo, pero también fue la primera del personal que se dirigió a mí en español. A nadie le di la confianza para hacerlo más que a Samantha y Alma. Sentía que era un idioma muy preciado, ya que solo lo había hablado con mi madre, pues era de Colombia y apenas podía defenderse en la lengua nativa de los Estados Unidos.

—Estaba esperando por Sam —contraatacó su ex—. Pero vi a Alma subir por la escalera y... ¿Qué le hiciste? —Su plan tal vez consistía en acorralar a Samantha al verla entrar en el hotel. La frustración en mi interior se intensificó un poco más.

—Alastor. —Alma se acercó, apartando al cretino del camino, y bajó la voz—. Esta mañana, unas horas después de llegar aquí, intenté llamarla para notificarle que un automóvil tuyo la recogería. Supuse que su teléfono estaría en silencio, pero no responde. Ni siquiera César.

—Debo preguntar ¿quién es él?

—Un amigo de mi infancia. Me trajo esta mañana, y Sam se fue con él. —Sus manos temblaban.

Recordaba al hombre, aunque no tenía una imagen clara del mismo.

Tomé mi teléfono y marqué el número de Samantha, mientras tanto, le pregunté a su madre:

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